Jorge Gómez Barata
En ninguna época, nadie tuvo una comprensión más cabal del papel de la agricultura en la economía cubana ni le dedicó más energía durante más tiempo y con mayores recursos que Fidel Castro. Si bien es cierto que se lograron avances formidables, también lo es que nunca se cumplieron las expectativas hasta llegar a un punto en el cual el 50 por ciento de las tierras estuvieron ociosas mientras crecía la importación de alimentos. En una coyuntura así, el presidente Raúl Castro consideró la producción de alimentos como: “Un asunto de seguridad nacional”
Cincuenta años después de extraordinarios esfuerzos organizativos e inversiones multimillonarias para edificar una poderosa infraestructura agrícola, incorporar centenares de miles de equipos, lograr la electrificación del campo y la introducción de la ciencia y las tecnologías más avanzadas, crear centros de investigación y laboratorios, acumular reservas de agua y sistemas de regadío, utilizar semillas y pastos de calidad e introducir razas de ganado y aves de alto rendimiento empleando masivamente fertilizantes y plaguicidas, desarrollar la medicina veterinaria y las técnicas fitosanitarias, la esfera agropecuaria para la cual prácticamente se movilizaba a toda la población, comprometiendo a los cuadros, especialistas y administradores más competentes del país, no logra responder a las esperanzas puestas en ella.
La actividad económica que más combustible, maquinaria y recursos consume y a la que las autoridades centrales y locales prestan la mayor atención, con casi un millón de trabajadores, entre ellos demasiados burócratas pero también cientos de agrónomos, científicos e investigadores y miles de técnicos en todas las actividades, aporta apenas el 5 por ciento del producto interno bruto y no logra satisfacer mínimamente las demandas de alimentos que pueden ser producidos en el país.
Recientemente, la tímida apertura en la prensa nacional, que alude a las consecuencias y raras veces a las causas más profundas, filtra algunos de los problemas que padece la agricultura cubana y menciona con frecuencia la pérdida de los productos una vez cosechados. Lo más reciente fueron los plátanos, como antes el arroz, el ajo y la cebollas, las frutas y prácticamente todo cuanto se produce.
Aunque las causas de esta situación y otras situaciones análogas son multifactoriales, no existen respuestas fáciles ni unilaterales y no son ajenas a la situación general del país asociadas al bloqueo económico de los Estados Unidos y a la crisis derivada del fin del socialismo, no son atribuibles a la incompetencia o poca consagración de los trabajadores y directivos, tampoco a la desatención del gobierno ni a la falta de recursos, sino a problemas estructurales capaces de hacer fracasar los mejores esfuerzos.
Tal vez no se trata de nuevos llamamientos para mejorar la organización y la exigencia, experimentar con fórmulas ya probadas, sino de una revisión a fondo del modelo económico que como una vez señaló Fidel Castro es inviable.
La agricultura no es en Cuba una actividad marginal, sino el núcleo de la economía cubana, parte esencial del sistema político y de la cual depende la subsistencia del país, la generación de empleos y de recursos exportables. El presidente Raúl Castro fue categórico: “Cambiamos o nos hundimos”. De cambiar se trata y no sobra el tiempo. Allá nos vemos.
La Habana, 07 de agosto de 2012
Tomado de Moncada
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