Se acabaron los Juegos. El Big Ben dejó de ser el momentáneo ombligo del planeta, el reloj que movía corazones y ansiedades, para volver a la rutina cotidiana del brumoso Londres. Pero queda el recuerdo de estos días. De esta fiesta que, cada cuatro años, es La Fiesta.
Para Cuba, que siempre es necesaria en el convite, la cita deja heridas y alegrones. Ya lo he dicho: no hay razones para el repique de campanas, como cuando ganamos catorce de
oro en Barcelona, pero tampoco para la melancolía que nos dejó Beijing con aquellos dos títulos escasos.
oro en Barcelona, pero tampoco para la melancolía que nos dejó Beijing con aquellos dos títulos escasos.
No debemos sentirnos decepcionados ni optimistas. Eso, porque lo que ha ocurrido es, simple y llanamente, el reflejo del nivel real que posee ahora mismo el movimiento deportivo cubano. Multiplicamos por 2,5 los títulos de hace cuatro años, pero no es menos cierto que obtuvimos diez preseas menos. Hay de cal y de arena.
El argumento que no puede servirnos, por engañoso y facilista, es el de que “superamos lo hecho en Beijing”. ¡Muy poco nos valoramos si con eso bastara para sentirnos satisfechos! Pero siento, y lo digo con el corazón en cada tecla, que logramos bastante con la materia prima que tenemos.
No corren ya los años en que éramos una maquinaria atlética. Mas tampoco vivimos en la crisis. De ahí que ocupamos el escaño dieciséis, y pudimos recuperar la vanguardia latinoamericana que Brasil nos había arrebatado. (A decir verdad, esta vez los sudamericanos consiguieron tres premios más que Cuba, pero nosotros fuimos superiores en la cosecha de oros).
Orgullosos viviremos por siempre de Mijaín e Idalys, de Robeisy y Roniel, del flemático Pupo y compañía, pero tampoco olvidaremos que, entre otros episodios patéticos, de nuevo hubo una valla entre Robles y los podios importantes, que Savigne continuó el declive y a La Cruz le faltaron la furia y el empeño.
Así pues, es hora del análisis. Un análisis a camisa quitada, donde se reconozcan méritos y culpas por igual. Un análisis que vaya de la cima a la sima, severo, inteligente y justo.
De momento, me tomo la atribución de proponer un punto de partida. Se trata de determinar ante la disyuntiva de si en nuestras actuales circunstancias económicas debiéramos seguir trabajando en un celemín de disciplinas, o si sería mejor dedicar el presupuesto a aquellas que representan la base de los resultados deportivos del país.
Lo digo porque vivo convencido de que las cosas hay que merecerlas. Por ejemplo, si Pupo requiriera mañana de otra pistola, hay que buscársela. Y si Hanser necesita de incrementar los gastos en su preparación, habrá que hacerlo. Allá aquellos que no se lo han ganado.
A fin de cuentas, la inmensa mayoría de los gigantes deportivos le apuestan en grande a unas pocas especialidades, sabedores de que el que mucho abarca, se desgasta. No cabe la posibilidad del despilfarro. Hay que poner el énfasis, lo creo firmemente, en la intensidad y no en la extensión del proyecto. Dicho en pocas palabras, más vale disponer de una escuadra de hombres y mujeres capaces de contender hasta el final, que agrupar una legión de figuras sin potencialidades reales.
El viejo aforismo que erróneamente se atribuye a Sócrates, “conócete a ti mismo”, viene al caso.
Tomado de Cubadebate
Nenhum comentário:
Postar um comentário