segunda-feira, 13 de agosto de 2012

Una admiración sustentada en convicciones



Fidel, los jóvenes y la Revolución

Adversarios y claudicantes se niegan a comprender que, a sus 86 años, el Jefe de la Revolución sigue siendo el símbolo de independencia y justicia social que identifica a Cuba para siempre...

Frank Agüero Gómez / 13/08/2012

“La falta de comprometimiento social es un sentimiento cada vez más extendido entre los jóvenes cubanos de hoy”, escriben libelos más allá de Cuba, una más entre un montón de frases sobre ansiadas rupturas generacionales y proyectar la errónea imagen de país abonado para injertarle otra semilla de gestión, malograda en sus huertas originales.
 

Conocida es la confianza que el Jefe de la Revolución cubana tiene en las nuevas generaciones de ciudadanos, demostrada desde la gestación de la épica que condujo al enfrentamiento y liquidación de la dictadura de Batista.

Ese sentimiento de Fidel Castro emana de la propia historia de la nación, se sustenta en la convicción del vigor revolucionario de la juventud y de su incesante renovación en las difíciles tareas de defensa y edificación del socialismo.

No lo entendían así los partidos tradicionales que hicieron de la política en la república neocolonial un modo de vida, ni tampoco compartían ese criterio los personajes y voceros de la llamada alta sociedad, limitados por estrechos intereses de clase y espíritu conservador ajenos a las necesidades de la nación.

Cuando recién empezaba a reclutar a los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el joven abogado Fidel Castro, criticaba acremente la actitud timorata de los dirigentes del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), a cuya sección juvenil pertenecía, quienes se mostraron indolentes ante el entusiasmo combativo de la masa dispuesta a enfrentar la dictadura y reivindicar las luchas del desaparecido Eduardo R. Chibás.
 
“La revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido revolucionario debe corresponder uno dirigencia revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba”, escribía Fidel con el seudónimo de Alejandro, en el periódico clandestino El Acusador, que circuló por esos días en que se rememoraba el primer aniversario de la inmolación del líder de la Ordodoxia.

Ya en ese momento, agosto de 1952, valiosos jóvenes como Abel Santamaría y Jesús Montané se le habían unido en el propósito de preparar la Revolución. Pocos meses después, al asalto de los cuarteles en Santiago de Cuba y Bayamo fueron 160 combatientes, pero Fidel y los organizadores habían reclutado y preparado una cifra siete veces superior. Casi todos eran menores de 30 años.

En los días iniciales de la guerrilla en las montañas orientales, acosados por las fuerzas del régimen, la falta de provisiones, armamentos y hombres, el destacamento inicial del Ejército Revolucionario recibió pruebas de admiración y compromiso de los campesinos y de jóvenes de las ciudades, principalmente orientales, tarea en la que brillaron dirigentes y organizadores como Frank País, Celia Sánchez y Vilma Espín.

Al saber del asesinato del maestro de 22 años en las calles santiagueras, a quien había conocido en México y durante dos entrevistas en la Sierra Maestra, Fidel escribió a Celia: "No puedo expresarte la amargura, la indignación, el dolor infinito que nos embarga. […] ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor”

Tres años después del triunfo de la Revolución, en las históricas Minas de Frío, Fidel se reunía con jóvenes que se preparaban como maestros primarios, en el propio escenario donde miles de campesinos y estudiantes se foguearon para ingresar como reclutas en el Ejército Revolucionario, antes de la ofensiva final que condujo a la derrota de la tiranía.
 
Recordaba los difíciles momentos vividos allí en rechazo de la ofensiva del ejército de la tiranía y revelaba su confianza de entonces en que con aquellos bisoños reclutas podría liquidarse el poder militar de la dictadura.

“Durante toda aquella lucha, desde el principio hasta el fin, este fue un centro importante. Ya al final de la guerra aquí había mil compañeros en esta escuela, y desde Guisa hasta Santiago de Cuba los armamos con armas que les fuimos quitando a los soldados por toda esa zona. Salieron de aquí mil muchachos y llegaron armados ya a Santiago de Cuba, por el camino se iban armando”.

“Ya nosotros teníamos un poco más de experiencia, y ya sabíamos cómo quitarles las armas a los soldados. Al principio no lo sabíamos —no vayan a creer que nosotros sabíamos algo de eso al principio—; al final ya teníamos más experiencia porque, naturalmente, la vida es lo que da experiencia, y la lucha.

Hablando a los jóvenes, en otra ocasión, el líder de la Revolución retomaba la propia experiencia de la guerra revolucionaria para reafirmar su convicción de que la vanguardia y los líderes surgen de la masa y señalaba el valor de la práctica, la ideología y del ejemplo personal para irradiar su ejemplo.

“En medio de la guerra, bajo los bombardeos y sufriendo todo tipo de privaciones, de los jóvenes voluntarios que ingresaban en la escuela, uno de cada diez lo soportaba; pero ese uno valía por diez, por cien, por mil.

“Profundizar en la conciencia, formar carácter, educar en la dura escuela de la vida de nuestra época, sembrar ideas sólidas, utilizar argumentos que son irrebatibles, predicar con el ejemplo y confiar en el honor del hombre, puede lograr que, de cada diez, nueve permanezcan en sus puestos de combate junto a la bandera, junto a la Revolución y junto a la Patria “

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