Jorge Gómez Barata
El electorado norteamericano se pronunció en las urnas y la élite en los colegios electorales: Barack Obama fue otra vez el eje de un consenso que se ha repetido en 56 elecciones presidenciales y sólo se ha alterado en cuatro. Muchos analistas internacionales se equivocaron, no porque les faltaran conocimientos o perspicacia sino porque confundieron sus deseos con realidades.
En los errados pronósticos preelectorales influyó el perfil político de Barack Obama, el primer líder negro norteamericano no vinculado a la lucha por los derechos civiles, repudiado por la derecha que lo rechaza por liberal y por negro, por llevar nombre árabe y apellido musulmán, por haber nacido en Hawái, porque a veces fuma e incluso porque escribe con mano izquierda.
Entre tanto lo que en Estados Unidos, por un rutinario giro retorico llaman izquierda, no lo acepta porque les parece demasiado conservador, carente de la prestancia necesaria para confrontar al Congreso y porque dejó demasiadas promesas por cumplir. La buena noticia es que por Obama votaron los que prefieren alejarse de los extremos y gravitan el centro del espectro político donde se cultivan las medianías y rige la máxima de que: “La verdad es mezcla”.
Sin considerar la cuestión de los estados, la elección en Estados Unidos aunque se contabiliza en cada territorio para establecer la posición del Colegio Electoral, es un evento nacional donde finalmente, salvo raras excepciones, prevalece la voluntad de la mayoría del electorado. Por más que se afirme que la elección presidencial en Estados Unidos la realizan los 538 integrantes del Comité electoral, lo cierto es que Obama ganó porque obtuvo el veredicto de la mayoría, según datos preliminares: 59.303.530, válido para 303 votos electorales.
La elección no fue apretada porque alcanzó más de dos millones y medio de votos ciudadanos que su adversario según datos preliminares, cosa que le proporcionó unos 100 votos electorales de ventaja. A ello se suma el hecho de que el abstencionismo se comportó en los rangos habituales, lo cual da lugar a un momento en el cual el triunfo, más allá del significado inmediato, se erige en un factor legitimante de una opción política.
Aunque es pronto para extraer conclusiones y habrá que esperar que el presidente proyecte sus nuevas opciones de política interna y externa, es obvio que el conservadurismo con fuertes acentos neoliberales de Mitt Romney, portaestandarte del republicanismo de la escuela reganiana perdió, no porque no tuviera un buen candidato sino porque a juicio del electorado norteamericano, en Estados Unidos como en la Europa de la crisis y la América Latina de las esperanzas, los conservadores están en el lado equivocado de la historia.
Aunque en efecto Obama ha incumplido promesas y se ha quedado corto en sus proyecciones originales, lo cierto es que como antes hicieron otros presidentes: Lincoln, Roosevelt y JFK, cada uno en su momento y ante tareas históricas especificas, es parte de lo más avanzado del pensamiento político del establishment norteamericano. No es extraño que por él hayan votado mayoritariamente los científicos y los artistas, los deportistas profesionales, los jóvenes, los hispanos y los pobres; así como también renombrados empresarios e incluso multimillonarios, unos pocos que forman parte del uno por ciento de la sociedad estadounidense y otros del 99.
Es erróneo pedir peras al olmo o creer que un presidente norteamericano quiera alguna vez desmarcarse de las exigencias del sistema, que como todo fenómeno social, tiene innumerables matices. Al margen del color de su piel que a veces es hándicap político y otras un galardón, la elección de Obama no es para ningún país o proceso en curso, el peor de los escenarios posibles.
Obviamente como en otros muchos asuntos, se trata de una cuestión de criterios y de observar los rasgos predominantes en una compleja ecuación dialéctica en la cual los preconceptos y las simplificaciones sobran y estorban. Hay tiempo y camino por andar. Allá nos vemos.
La Habana, 07 de noviembre de 2012
Fuente: Moncada
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