Jorge Gómez Barata
Desde 1959 y a lo largo de toda la década de los sesenta, Estados Unidos acogió a los elementos del antiguo régimen que huían de la Revolución Cubana. El gesto inicial se transformó en política que estimuló la salida en masa de profesionales, técnicos. La emigración se convirtió en éxodo y en pieza clave de la actividad contrarrevolucionaria. Nunca antes una clase social completa ─la burguesía y la oligarquía criollas─ habían dejado un país. Miami devino enclave cubano donde se intentó crear: “Una Cuba de repuesto”.
Para Estados Unidos la estrategia ha sido un fracaso porque echó sobre sí dos responsabilidades tremendas: derrocar a Fidel Castro, con el cual pudo haber intentado convivir y hacer espacio a la masa que carenó en sus orillas; lo uno y lo otro ha implicado sumas millonarias y otros costos, mientras que para Cuba, asumiendo los traumas económicos y sociales y el drama humano, puede ser una ganancia estratégica. Aunque todavía no se reconoce, la colonia cubana en Estados Unidos es un activo tangible de la Nación cubana.
En el enclave el anticastrismo prosperó como industria y se formó una especie de autogobierno de matriz contrarrevolucionaria que fijó una línea: sólo los anticastristas podían vivir, trabajar y tener éxitos allí y todo el que llegaba de la Isla debía someterse a la regla. El exilio-emigración era homogéneamente contrarrevolucionario y votaba Republicano, Reagan y Bush estuvieron entre sus preferidos.
Lo mismo que en Cuba, el tiempo pasó en Miami y mientras la población isleña deponía sus objeciones a los que emigraban e incluso oficialmente comenzó a aceptarse el argumento económico como motivación para partir, los que llegaban a Miami eran políticamente menos radicales y los que nacían y crecían allí comenzaron a introducir matices.
Aquellos procesos fueron respaldados por acciones políticas que con valentía y visión política comenzaron el trazado de un largo y difícil camino, que retaría la hegemonía contrarrevolucionaria y conduciría al exilio / emigración a una zona del espectro político en la cual la moderación hace posible el diálogo. Entre ellos hubo mártires como Carlos Muñiz Varela y Eulalio Negrín.
En diferentes momentos y circunstancias, sin una organización que los agrupara ni liderazgo común, actuando cada uno por su cuenta, al esfuerzo que bajo las banderas del interés nacional de la condena al bloqueo y la búsqueda de caminos para la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se sumaron académicos, intelectuales y periodistas, algunos de los cuales lograron forjar instrumentos como las revistas “Replica”, “Areito” y Contrapunto, la “Brigada Antonio Maceo”, el Centro de Estudios Cubanos, “Marazúl”, “Radio Progreso Alternativa” y otras organizaciones y proyectos de diferente perfil que son hitos en aquellos valerosos y eficaces esfuerzos.
En diferentes momentos, la dirección cubana avanzó al encuentro de esos procesos, concretando los diálogos de 1978 como resultado de los cuales se logró el inicio de los viajes familiares. En los años noventa, en medio de la crisis del socialismo real y de los peores vaticinios aquellas corrientes, en lugar de remitirse, crecieron y otra vez Fidel Castro apoyó acciones concretas que convirtieron los principales exponentes de los sectores positivos de la emigración en habituales en La Habana.
Los procesos políticos, el tiempo y la demografía han hecho lo suyo y conducido a un hecho que dice más que las palabras: en la reciente elección presidencial, el 50 por ciento de los votantes cubanos se distanció de las posiciones del partido Republicano y prefirió a Barack Obama. La buena noticia es que esos procesos son irreversibles como irreversible es la actualización de la política migratoria cubana.
Tal vez ambos factores y la experiencia acumulada sirvan de premisa para que la segunda administración de Barack Obama no sea otra oportunidad perdida para avanzar en la inevitable normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos que interesa a ambos y está por llegar. La Comunidad Cubana puede ahora presionar a la inversa de como lo hizo durante 50 años. En la política estadounidense no todo se trata de dinero: los votos y la voluntad popular cuentan. Allá nos vemos.
La Habana, 11 de noviembre de 2012
Tomado de Moncada
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