sexta-feira, 16 de novembro de 2012

La Habana, el elefante y los ciegos




Con La Habana sucede un tanto como con aquel elefante que unos ciegos sabios decidieron investigar. El que lo agarró por la trompa creyó que aquello era el paquidermo todo, y así pasó con el que le tocó la oreja o la cola o la pata.

A pesar de su persistente espíritu pueblerino, algo que la distancia de otras capitales, La Habana no resulta tan fácil de aprehender como otras ciudades de la Isla, y su realidad se bate además con la forma en que cada día la sueñan o reviven los cubanos que existen más allá de sus fronteras. Como aquel elefante, ella se abre a cada ser humano de forma distinta y ofrece en cada caso el espejismo de ser única.

A unos kilómetros la una de la otra, dos calles emblemáticas de la ciudad como Monte y 5ta Avenida dibujan formas de vivir La Habana que parecerían de dimensiones alternas. La 5ta Avenida con su paseo y sus céspedes bien podados y sus árboles acicalados, cede el paso a hombres y mujeres que cada mañana suben y bajan sus números haciendo jogging con gafas y audífonos, o trazan con sus carros de último modelo una línea de estrés y urbanidad que recuerda el primer mundo. Monte, sin embargo, despierta con los esfuerzos que realiza el ómnibus P-14 por atravesar su arteria anciana y estrecha. Despierta húmeda aún por la vejiga de algún borracho que siembra un tatuaje ya desde cierta altura de sus columnas. Monte, desde las horas más tempranas, acoge una masa susurrante de vendedores de mercado oscuro que conceden un poco de vida a las vitrinas peladas de aquellas tiendas de aquellos tiempos.

De otra dimensión cultural son también la calle 23 y Obispo. La primera hecha para el cine, el bueno o malo pero siempre fiel helado Coppelia y un batallón de jóvenes que salen de la Universidad o aprenden el idioma en la Alianza Francesa o encuentran un mundo diferente y propio (que también es posible) en las noches de la intersección con G. Obispo, por su parte, cobra en CUC una Habana que se pretende histórica, joven con coloretes de vieja para el turismo, aséptica.

La Habana es también el sueño de muchos cubanos que viven fuera de ella y se visten pensando en sus modas y escuchan lo que creen que es su música para verse y sonar como ella. Gente buena y emprendedora que le va a los Industriales y es capaz incluso capaz de forzar la vocación con tal de estudiar en su Universidad. La capital es una dama agridulce que promete quizás menos favores a muchos cubanos del interior que trabajan en y por ella, piensan en y para ella y le pagan alquileres por la seguridad de no abandonarla o no ser abandonados al menos ese mes.

Su arquitectura conserva en el Cerro parte de la gloria de otros tiempos y uno no se cansa, cuando repasa la Calzada, de completar con derrumbes, casas nuevas y solares los rastros de una quinta que quedan en la geografía del municipio como sobre la piel besos de un gran y pasado amor. Uno podría también comprender el presente si sabe leer con atención la alegría populesca y la angulosa tristeza de Alamar.

Sin embargo, es necesario declararse ciego antes de pronunciar cualquier palabra sobre este elefante. Desde la pequeñez de nuestras manos podemos conformarnos con describir solo un fragmento de todo lo que La Habana es, quedarnos quizás con la elección muy personal de aquella esquina de 23 y 12 que tiene dos cines, una pizzería, la custodia de los grandes allá en el Cementerio de Colón. Sentados allí, en la escalinata de la Cinemateca de Cuba, disfrutando un enrarecido clima invernal que no respeta veranos, quizás la ciudad nos regale con el desconocido que pasa la oportunidad de sentirnos parte de ella.

Tomado de Cubahora

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