sexta-feira, 8 de março de 2013

Hora de acabar con la violencia contra la mujer



"Una promesa es una promesa: es hora de actuar para acabar con la violencia contra la mujer”

Carlos Ayala Ramírez
Director de Radio Ysuca

Según datos de las Naciones Unidas, hasta el 50% de las agresiones sexuales se cometen contra niñas menores de 16 años. Globalmente, 603 millones de mujeres viven en países donde la violencia doméstica no se considera un delito. Hasta el 70% de las mujeres de todo el mundo aseguran haber sufrido una experiencia física o sexual violenta en algún momento de su vida. Más de 60 millones de niñas son novias y se casan antes de los 18 años.

El Salvador, de acuerdo a datos del Latinobarómetro 2012, es el tercer país de América Latina con los más altos índices de violencia intrafamiliar, solo por debajo de Nicaragua y Paraguay, los cuales, sin embargo, tienen los índices de criminalidad más bajos en el continente. Este informe destaca que el 36% de las mujeres, el 33% de los niños y el 31% de la población salvadoreña de la tercera edad han sido víctimas de algún tipo de violencia doméstica, considerada por los expertos como un mal silencioso.

Tras estas cifras, hay rostros humanos. Los testimonios son elocuentes. Veamos algunos en los que se expresa la violencia física, psicológica y sexual. Rosa María, 30 años, oficios domésticos: "Era muy celoso y posesivo, siempre quería que las cosas se hicieran a su manera, si no, venían los golpes. Siempre estaba molesto, me pegaba hasta porque las cosas de los niños estaban desordenadas, pero yo lo quería tanto que aguantaba. Me pateaba, me jalaba del pelo, me insultaba y lo peor es que lo hacía delante de mis hijos; eso yo no lo podía soportar, porque mis hijos aprendieron a tenerle terror”.

Marina Patricia, 37 años, secretaria: "Estuve 19 años casada con él, pero un día dije: ‘¡Hasta aquí!’. Era un sábado y había una fiesta. Él nunca me había sacado para ir a una fiesta, así que yo se lo exigí y fuimos. Estuvo bebiendo, y por un desacuerdo me pegó en frente de sus amigos. Me sentí tan humillada que tomé la decisión de dejarlo. Tenía pánico de que me volviera a buscar, tuve que huir con mis hijos a la casa de mis padres. Sentía que no valía nada; yo no lo hice por mí, sino por mis hijos, que son los más importantes”.

Sofía Alejandra, 25 años, subempleada: "Llegó un momento en el que pensé matarme, porque estaba convencida de que mi muerte no iba a afectar a nadie, y menos a él. ¡Es que lo veía tan por encima de mí! No iba a poder ser capaz de vivir sin él, no me sentía capaz de valerme por mí misma y de sacar a mis hijos adelante por mi propio esfuerzo. Tanto daño me había hecho que me anuló como persona”.

¿Cuál es el contexto de estos relatos? Estudios sobre violencia de género en El Salvador señalan, entre sus principales conclusiones, que la mayoría de agresores y de víctimas provienen de hogares donde hubo violencia doméstica; que entre el 70% y el 90% de los casos, el maltrato contra las mujeres proviene de sus compañeros de vida; que las mujeres asesinadas en el ámbito familiar representan entre el 45% y el 60% del total de homicidios; que la mayor probabilidad de sufrir violencia doméstica se encuentra en el grupo de edad entre los 29 y los 39 años; que el grupo que tiene mayor vulnerabilidad para sufrir abuso sexual es el que va de los 11 a los 16 años.

Ahora bien, la comunidad internacional está firmemente comprometida para cambiar esta dolorosa realidad. El lema de este año para el Día Internacional de la Mujer, "Una promesa es una promesa: es hora de actuar para acabar con la violencia contra la mujer”, busca, precisamente, reforzar el compromiso de enfrentar la violencia de género desde su raíz. Hoy día, hay más conciencia en los Estados miembros de la ONU de que la violencia contra las mujeres constituye la expresión más grave de la discriminación de género. Es una amenaza para la democracia, la paz y la seguridad; un obstáculo para el desarrollo sostenible; y constituye la violación de derechos humanos más generalizada. Asimismo, se reconoce que esta forma de violencia debilita la cohesión social, la armonía, la justicia social, y representa una pesada carga para las economías nacionales. En consecuencia, el Día Internacional de la Mujer ha pasado a ser un momento de reflexión sobre los progresos alcanzados, un llamado al cambio y una celebración de los actos de valor y determinación tomados por mujeres que han tenido un papel extraordinario en la historia de sus países y sus comunidades.

¿Cómo poner fin, pues, a la violencia contra las mujeres y las niñas? La respuesta responsable supone contar con investigaciones oficiales que ofrezcan un diagnóstico del estado actual de la violencia de género y violencia intrafamiliar; la puesta en práctica de un marco normativo global fuerte y actualizado a las realidades de las diferentes expresiones de violencia contra las mujeres y niñas; el lanzamiento de campañas preventivas en los medios de comunicación de manera permanente y sistemática; el desarrollo de iniciativas interinstitucionales que fortalezcan el potencial de las mujeres en el ámbito educativo, social, económico, religioso y político; la lucha contra los estereotipos sobre la mujer que, transmitidos socialmente, justifican y mantienen no solo las desigualdades de género, sino también los comportamientos violentos.

Estereotipos machistas a romper fueron denunciados en su momento por el mártir jesuita Ignacio Martín-Baró, al hablar del mito de la esposa amante, que deja a la mujer en un estado de permanente sumisión a lo que el marido es y hace; el mito de la madre, que acentúa su función reproductiva y la limita a ser servidora de las tareas del hogar; y el mito del eterno femenino, que inicia a la mujer en el mundo de la competencia no con el fruto de su trabajo, sino con la belleza de su cuerpo. Estos mitos han servido para hacer pasar como algo natural, "normal”, las agresiones físicas y psicológicas, explícitas y sutiles, de que son y han sido víctimas la mayoría de mujeres y de niñas. Romper estos esquemas de pensamiento y comportamiento de hombres y mujeres no solo conlleva enfrentar la violencia en su dimensión cultural, sino también corregir la valoración excluyente que se hace de ellas.

Tomado de Adital

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