Jorge Gómez Barata
El más significativo entre los magros resultados aportados por el proceso electoral recién efectuado en Cuba fue catapultar a la vicepresidencia del país a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, un ingeniero electrónico, ex profesor, ex secretario del Partido en las provincias de Villa Clara y Holguín y antiguo ministro, develando un rostro nuevo y amable para los cambios en marcha. No se trata de un reformista que milita en el partido sino de un militante convencido de la necesidad de las reformas.
Las revoluciones tienen en común promover liderazgos jóvenes, legítimos y competentes que conducidos por personalidades señeras: Washington en Norteamérica, Robespierre en Francia, Madero en México, Lenin en Rusia y Fidel Castro en Cuba, brillan con luz propia e identidades definidas dejando su impronta personal en la historia de sus países.
Las evidencias prueban que, debido a que son resultado de circunstancias irrepetibles, esas vanguardias no se reproducen y no pocas veces han desaparecido en trágicas circunstancias como ocurrió en las revoluciones de Francia, México y Rusia. En esta última al socialismo le nació una tara: el estalinismo.
Stalin no sólo anuló a la vanguardia bolchevique sino que la humilló y la liquidó físicamente, imponiendo un estilo autoritario y burocrático que lo sobrevivió y rigió hasta el fin de la Unión Soviética, desde donde se exportó a los países del socialismo real dando lugar a sistemas políticos anómalos en los cuales los pueblos eran conducidos por funcionarios mal electos y mediante acuerdos, resoluciones o directivas impersonales, derivadas de congresos y aparatos creídos de que su papel era orientar a las masas y no escucharlas.
Gracias a que Fidel Castro acuñó la idea de que la “Revolución no podía ser como Saturno que devora a sus hijos” y a que condujo el proceso revolucionario con un estilo basado en la permanente comunicación con el pueblo, la Revolución Cubana ha llegado a un punto en el cual la generación histórica puede dar paso al costado con cierta placidez y, hasta cierto punto, administrar un relevo generacional sin traumas ni conflictos extremos.
Como casi todos los cuadros políticos de su generación, Díaz-Canel no quemó etapas y transitó por todos los grados del sistema educacional hasta completar su formación profesional, iniciándose en la vida política en las organizaciones estudiantiles y la juventud comunista, en las que llegó a ocupar altos cargos y, cumplido ese período, se convirtió en cuadro profesional del Partido a cuya máxima dirección accedió en 2003.
Joven todavía, es un político experimentado, que a una trayectoria inmaculada, signada por la lealtad, la honradez y la consagración al servicio público, a lo cual une la modestia y la humildad característica de los revolucionarios formados en la escuela de Fidel y Raúl, a lo cual suma cierto don de gente y talento para elaborar y promover ideas propias.
Su tarea no es fácil pues tendrá que acompañar al presidente Raúl Castro en el difícil cometido de enderezar lo que se ha torcido y prescindir de lo prescindible, crear su propio equipo de trabajo, abrir nuevos caminos, identificar metas y opciones y completar su formación, lo cual sería deseable que hiciera como ha recomendado Raúl: “Con los pies y los oídos pegados a la tierra”. La Revolución y los representantes del pueblo lo han distinguido; lo demás va por él.
En cierta ocasión le escuché decir a un destacado revolucionario cubano: “Para cambiar la política hay que cambiar las caras”. En eso andamos. Allá nos vemos.
La Habana, 24 de marzo de 2013
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