Jorge Gómez Barata
Asimiladas por generaciones, las manipulaciones se incorporan a la cultura política convirtiéndose en una segunda naturaleza a cuyos efectos no escapan personas tan brillantes como el Presidente de Estados Unidos, el Canciller ruso y el Secretario General de la ONU, dizques alarmados por el presunto uso de armas químicas en Siria.
Los árboles que no los dejan ver el bosque también les impiden percatarse de que desde hace 60 años los cuerpos policiacos de todo el mundo poseen y utilizan armas químicas del tipo a las que los militares llaman “irritantes” y cuya diferencia con las neuroparalizantes o las vesicantes es que unas ponen fuera de combate y otras matan.
También debería recordarse que armas químicas letales se utilizaron masivamente en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) con mayor trascendencia en la batalla de Iprés en Bélgica (1917), hecho más notorio porque el cerebro de la acción fue Fritz Haber, entonces Jefe del Departamento de Armas Químicas de Alemania, quien al siguiente año (1918) recibió el Premio Nóbel de Química por los estudios que permitieron encontrar un método económico para producir amoniaco.
Químico era también el creador de los galardones, Alfred Nóbel (1833-1896), ingeniero sueco, fabricante de armas e inventor de los materiales necesario para estabilizar la nitroglicerina que lo condujo a su obra cumbre: la dinamita, el producto químico más utilizado en las operaciones militares y que ha matado a más personas que las bombas atómicas. El negocio permitió a Nóbel acumular una fabulosa riqueza parte de la cual legó para financiar los premios que llevan su nombre.
Entre los imperdibles de la guerra química figura un producto “estrella: ¡Zyklon B! un insecticida a base de cianuro creado en los laboratorios de las más famosas empresas químicas alemanas que constituyó el más eficaz y económico de los medios para el exterminio de los judíos en los campos de concentración nazi. Bastaban 4 gramos de Zyklon para matar a un prisionero, una tonelada para 250 000 y menos de cuatro para acabar con la vida de un millón de infelices.
El debate en torno al empleo de armas químicas en Siria está desenfocado y es profundamente hipócrita. Antes de indagar si el gobierno o la oposición armada cruzaron la línea roja al utilizar gases neuroparalizantes, sería pertinente averiguar quién cruzó antes los límites prohibidos.
Siria no produce armas químicas ni los proyectiles necesarios para utilizarlas: ¿Quién las fabricó? ¿Quién las suministró? ¿Para Qué? Quien quiera averiguarlo: pregunte en el Consejo de Seguridad. Las superpotencias no pueden a la vez condenar a Siria y mirar para otro lado.
Aunque pudiera resultar ocioso, parece pertinente recordar que actualmente toda guerra es una guerra química. Productos químicos son la pólvora y la dinamita, el TNT, el C-4. Un producto químico es el uranio y los combustibles utilizado por los cohetes de uso militar.
El problema no son las armas sino las guerras y las razones que las motivan: “Cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra”*. Allá nos vemos.
La Habana, 02 de mayo de 2013
Tomado de Moncada
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