domingo, 19 de maio de 2013

Martí, grande también en las pequeñeces


 Martí era todo amor y por eso era amado (Foto: Juventud Rebelde)

En el aniversario de la caída en combate del Maestro, el 19 de mayo de 1895, recordamos cómo lo vieron dos seres también excepcionales que tuvo muy cerca: Gómez padre y Gómez hijo...


Tres disparos mortales pusieron fin a la vida de José Martí en una emboscada de las fuerzas españolas, el 19 de mayo de 1895 en la zona conocida por Dos Ríos.

El General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez, escribió ese mismo día en su Diario de Campaña: “Esta pérdida sensible del amigo, del compañero y del patriota (…) abrumó mi espíritu (…) me retiré con el alma entristecida… Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento!...”.

Pasado un año, Gómez acampó con su tropa en el lugar donde cayera Martí y le levantó un mausoleo de piedra. El 7 de agosto de 1896 el hijo del Generalísimo, Francisco Gómez Toro (Panchito), escribió a su hermano Máximo desde Nueva York:

“Creo que tú entiendes el mundo como yo y tienes formada una idea de la verdadera grandeza. ¿Te acuerdas de Martí? ¡Qué grande era en las pequeñeces! Dicen que ‘ningún hombre es grande para su ayuda de cámara’ porque en la intimidad, cuando se conoce a los hombres en los detalles, es cuando se ven los defectos; y Martí, cuanto más íntimamente se le trataba más grande se le encontraba…”.

En uno de sus cuadernos de notas, conservados en el Museo Histórico Municipal de Boyeros, Panchito expresó: “Martí era todo amor y por eso era amado, y por eso entendía bien el pensamiento de los hombres. (…) Corregía porque sabía ir a donde la yaga no dolía (…) ¡Oh Martí era grande!”.

José Martí y Panchito se habían conocido en República Dominicana en septiembre de 1892, cuando este último se hallaba trabajando en la Casa Comercial Jiménez (Isidro Jiménez, comerciante, propietario de barcos, simpatizaba con la causa por la libertad de Cuba y empleó a muchos cubanos), y se presentó el Maestro,a quien recibiría Gómez el día 11 en su finca La Reforma, para conversar sobre la próxima contienda independentista. Volverían a verse en República Dominicana el 3 de junio de 1893, por similares motivos.

El próximo encuentro sería en los Estados Unidos casi un año después. Martí tenía proyectado un viaje de propaganda revolucionaria y Panchito lo acompañó en su recorrido por ciudades norteamericanas, centroamericanas y caribeñas; período que influiría tremendamente en la personalidad del joven. El trayecto incluyó Cayo Hueso, donde visitaron a Fermín Valdés Domínguez y se tomaron una foto los tres el 18 de mayo de 1894. Francisco escribió: “Colocarme entre aquellos dos hombres, es como oír que se me dice: anda el camino del deber como lo han andado ellos, (…). Mucho es el deber; pero muy grande es el ejemplo…”.

La relación afectiva que surgió entre ambos durante los casi dos meses que duró el itinerario les hizo difícil la separación. Al regresar a República Dominicana, Panchito se dolió en su cuaderno: “Se despidió el Maestro amado a la escalerilla del carro. El tren de él salía después, unos minutos nada más que el mío. Como que resplandecía su frente calva y lleno de respeto besé el mostacho revuelto…”.

Un siglo después, en el reparto capitalino de Fontanar, donde vivió hasta su muerte, Pedro Máximo Vargas Gómez, nieto de Máximo Gómez y sobrino de Panchito, hijo de Margarita, la más pequeña del Generalísimo, relataría a la autora en 1994 que desde pequeño siempre oyó en su casa, cuando se hablaba de Panchito, que él había asimilado mucho de Martí: en su expresión, en su manera de escribir. Se había identificado con él desde la primera ocasión en que estuvo a buscarlo en la Casa Jiménez, donde era contador.

El 1ro. de abril de 1895, en una playa de Montecristi, Francisco se despediría de su padre y de Martí, que caería en combate antes de que transcurrieran dos meses.

Tomado de Cubahora

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