Justo Planas Cabreja
Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, se cuenta entre los poetas que logran vivir su proyecto estético, que es a fin de cuentas un proyecto social.
Pocos poetas logran vivir su proyecto estético, que es a fin de cuentas un proyecto social, convertido en una realidad. La mayoría muere después de sufrir la indiferencia de su época, sin esperanzas.
Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, no se cuenta entre ellos. Nació el 30 de septiembre de 1922 en el habanero San Miguel del Padrón, y conoció frente a frente la pobreza, y fue pastor de ovejas, aprendiz de operario de zapatero o dependiente de comercio, a la par que decimista. Pero su vida dio un vuelco después de 1959.
Todo lo que en él habría sido agria crítica, se convirtió en elegías. Todo su tiempo de cárcel y lucha clandestina, se transformó en horas de estudio y escritura.
Desde mucho antes del triunfo de la Revolución había descubierto una vocación lírica que trascendía la música guajira, de la que era un exponente nato. Pero solo después del 59 esa voz poética adquirió verdadera coherencia.
Escribía como si en él cuajara todo lo que tiene la Isla de culto y todo lo que tiene de popular. En su palabra se escuchaba el optimismo de un pueblo que pretendía, ahora sí, ser uno, no ya de clases altas o bajas, sino de un solo espíritu.
Fundó la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, donó el dinero de sus premios al proyecto revolucionario, viajó por los países de la URSS… y escribió, escribió, escribió.
Todos los niños de Cuba conocen la historia de Nemesia, aquella pequeña de Girón que él inmortalizó en su Elegía de los zapaticos blancos. Dibujó con sus palabras cada figura política, cada hecho hoy histórico, en aquel entonces, segundos en llama.
Estudió Periodismo, y muchos dicen, no sin razón, que sus poemas se confunden con esta profesión. Ahora que podemos observar desde estos días, aquellos de ebullición y optimismo inicial; sabemos que la poesía del Indio Naborí cuenta la historia emotiva de la gran Historia, sus pequeñas pinceladas de emoción son como un fragmento de viva luz en los libros más bien teóricos que se ocupan de aquellos tiempos.
Su poesía también fue íntima, cantó a todo lo que sus ojos no podían atrapar, porque fue ciego de pupila y vidente de espíritu. Habría que cuestionarse su ceguera, porque enseñó a ver a los que tenían la facultad y logró hacerlo mejor que muchos poetas de su generación.
Sus versos observan por los poros y la nariz, observan, especialmente, por los oídos. Así dijo:
MAGIA
Estoy viendo, como quien
sueña en una noche triste,
paisaje que ya no existe
con ojos que ya no ven.
Magia de supremo bien
hay en el recuerdo mío,
cuyo visual poderío
desde un mirador profundo,
está repoblando el mundo
que se me quedó vacío.
Baste con decir que, como a todo el que ha ganado en vida mucho territorio de sus sueños, la muerte lo encontró inconforme. En uno de sus últimos poemas se quejaba, no de la extinción de su materia, sino de aquel mundo exterior que, a la par, se extinguía para él. Con esta filosofía poética, que es también de vida, se fue el 29 de diciembre de 2005.
Tomado de Cubahora
Nenhum comentário:
Postar um comentário