Un momento de recuento y confesiones del fiel mosquetero del Caballero de París, de quien fuera más que su médico, su amigo...
Estos ya no son tiempo de aristócratas ni de caballeros andantes.
Dr. Luis Calzadilla Fierro
Ana María Domínguez Cruz
Y el doctor Luis Calzadilla Fierro, “su fiel mosquetero” durante los años que lo atendió en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, le prometió que así lo haría para que nadie lo olvidara. En los próximos minutos escuchó las confesiones que le hiciera José María López Lledín acerca de su vida, esas que no están escritas en ningún libro porque le pidió las mantuviera en secreto. ¿Dónde mejor que en su corazón?
Era la típica reacción que se describe en los textos de Psiquiatría cuando se habla de enfermos mentales que poco antes de morir recobran la razón. Por eso Calzadilla no se asombró y recordó a Don Quijote que, agonizante, volvió a ser Alonso Quijano.
Era la tarde del 10 de julio de 1985, en la sala Enrique Núñez del Hospital Psiquiátrico, a donde fue remitido José María cuando regresó de su operación de la cadera en el Hospital Ortopédico Frank País, en el que fue atendido por el doctor Rodrigo Álvarez Cambra.
“Tanta vida tenía, tanta nobleza en su espíritu y sin embargo, en el sobre que me dio conservaba los tesoros más sencillos. Una cucharita de postre, trozos de revistas que aludían a Enrique Caruso, una moneda venezolana de 25 centavos, la tarjeta de un masajista a domicilio, pequeñas estampas de santos, varias fotos suyas, los mandamientos cristianos, imágenes de la Virgen María y de la Virgen de Lourdes..todos pobres y desgastados objetos que aún conservo”, cuenta el psiquiatra.
A la 1 y 45 de la madrugada del 11 de julio falleció el supremo emperador del mundo, rey, corsario y mosquetero, creador de una nueva religión, el que evitó guerras y nos trajo la paz…Perdió Dulcinea su más viejo y fiel amante.
Así relata el doctor Calzadilla, en su libro, la aureola que lo invadió cuando supo de la muerte del más extraordinario de sus pacientes: El Caballero de París.
LEYENDA, MENTIRAS, REALIDAD…
"Mucho se ha escrito y contado sobre la verdadera historia de El Caballero que, como sabemos, fue un personaje real, un hombre que nació en Fonsagrada, en la provincia española de Lugo, en España, en 1899 y que llegó a La Habana en 1913, siendo un adolescente, a los brazos de su tío y su hermana Inocencia". Ella habla de un amor platónico que tuvo con Merceditas, hija de un médico de allá, pero no hay constancia alguna de ello y ni siquiera su primo Julio puede corroborarlo.
"Se sabe que trabajó en una tienda de flores, en una librería, en el bufete de un abogado y luego de seguir estudiando y refinando sus modales, en hoteles y restaurantes. Fue detenido y encarcelado en el Castillo del Príncipe por haber vendido un billete de lotería falso o algo así, aunque otra versión asegura que fue acusado del asesinato de un hombre por encontrarse en el lugar de los hechos. Quienes lo visitaron allí y lo vieron después de estar en libertad confirman que desde entonces tenía delirio de grandeza, hablaba disparates y llevaba una vida extravagante. No quiso vivir con ninguno de sus familiares, ya había perdido la razón, blanco de una parafrenia (trastorno delirante persistente, un delirio crónico) y comenzó a vagar por esta ciudad, su ciudad", detalla Calzadilla, quien se dio a la tarea de investigar, organizar y escribir la historia en su libro Yo soy el Caballero de París.
Fue siempre un hombre decente, cariñoso, ajeno a las limosnas y a prácticas similares, cuenta Calzadilla. Deambulaba por las calles, vestido de negro, con su larga cabellera blanca, sin afeitarse y solo pedía respeto y tranquilidad.
En 1949-agrega-, lo ingresan en el Psiquiátrico y a petición del mismísimo Rresidente de la República, el Caballero es “devuelto” a la ciudad, para continuar su vida pacífica, deseoso de no padecer más humillaciones.
“Su integridad fue tan grande…quedó registrada en el danzón que compusiera Antonio María Romeu, inmortalizado en la voz de Barbarito Diez. Fue cuando en un programa de televisión le ofrecieron dinero a él y a otros personajes populares, y su deseo fue donarlo a la Casa de Beneficiencia, aunque dejó bien claro que eso era asunto de los gobernantes y los ricos.
“¿Cuánta gente no lo vio caminar por el Prado, por la esquina de 23 y 12, en su Cinecittá; por el Parque Central, por la Avenida del Puerto, por disímiles lugares? ¿Cuántos pueden quejarse de su comportamiento? Ninguno. Porque a pesar de lo que se ha dicho en muchas ocasiones, al Caballero lo llevan en 1977 a su “Paraíso terrenal”, o sea, al Psiquiátrico, por su deplorable estado de salud y físico, no porque se haya considerado un demente causante de disturbios públicos. De no haber sido así, La Habana hubiera lamentado la pérdida prematura de este pintoresco personaje, que nos acompañó durante tanto tiempo.
“A Celia Sánchez hay que agradecerle mucho, y por eso mi libro está dedicado a ella. Pidió que le rodeara al Caballero un ambiente cómodo y le obsequió dos trajes, con capa y todo. El doctor Ordaz, al frente del hospital, exigió respeto y consideración para este “magnífico ser humano, institución de nuestra historia social y cultural”. Si te fijas bien, el Caballero de París es el símbolo más humano que tiene La Habana.
“Ahora ha trascendido su historia, gracias a las esculturas que le han hecho en su honor, principalmente la del Centro Histórico, frente al Convento de San Francisco de Asís. Imagínate…si estuviera vivo y se diera cuenta del mito que han tejido alrededor. Su barba y su mano están gastadas, la gente las toca y al mismo tiempo pide un deseo…¿Será que se ha convertido en una especie de Dios?, inquiere-y sonríe- Calzadilla.
Es posible..El Caballero de París encarna al loco que todos llevamos dentro, aunque él es el loco más cuerdo que haya conocido jamás Luis Calzadilla Fierro, quien lloró su muerte y al final, le dio la razón: Ya estos no son tiempos de aristócratas ni de caballeros andantes.
Fuente: Cubahora
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