El Dulce Abismo, un viaje al mundo interior de los Cinco. (Foto: Cubahora) |
Gerardo, Tony, Ramón, Fernando, incluso René, que aunque en una casa, en Miami, aún no está libre, necesitan nuestro cotidiano y solidario pensamiento. Tanto pensar equivale también a tanto desear, a tanto acompañar, a tanto actuar. ¿Podemos ignorarlo?...
Mantengo una deuda: nunca he escrito de los Cinco. La recuerdo hoy, 12 de septiembre, cuando se cierran 14 años del arresto de Gerardo, Tony, Ramón, Fernando y René, eslabón inicial de lo que pudiéramos llamar su cruzada patriótica, no por salir de una prisión injusta y vengativa, sino por hacer visible y vigente el derecho de Cuba a existir como nación independiente y justa.
Se lo confesé a Elizabeth Palmeiro: estoy en deuda. Nos encontramos por primera vez, cuando, al ir hacia la Plaza de la Revolución donde yo cubriría como periodista la misa de Benedicto XVI, topé con los familiares de los Cinco. Durante el centenar de metros que nos separaba de nuestros respectivos lugares durante la liturgia, tuve vergüenza de mí mismo. Y Elizabeth, esposa de Ramón, me dijo que no importaba, porque los Cinco, en cambio, recibían mis escritos y sabían de Cuba también por mis enfoques. Entonces, le respondí, es doble mi deuda. Y ahora, cuando me decido, me pregunto qué he de decir, si sólo de los Cinco conozco la información de todos los días, sólo como lector inquieto por el destino de sus compatriotas.
Ah, pero de pronto recuerdo que recientemente leí El dulce abismo, libro que no repite, sino revela. Y los Cinco se nos muestran en la intimidad, se descubren en sus cartas a esposas e hijos, se desnudan en páginas de diarios y a veces en poemas colmados de sensibilidad sangrante. Es un libro que remueve y conmueve el alma de los lectores. Y empecé, por tanto, a mirar de modo más entrañable, menos informativamente, el caso de los cinco compatriotas condenados en los Estados Unidos por preservar a Cuba del terrorismo fabricado en placentas de Miami. A veces, uno se habitúa a oír la verdad, y de pronto la verdad, por oírla o decirla maquinalmente, se nos difumina, se nos aleja.
Lo digo convencido: Gerardo, Tony, Ramón, Fernando y René -incluso René, que aunque en una casa, en Miami, aún no está libre- necesitan nuestro cotidiano y solidario pensamiento. Tanto pensar equivale también a tanto desear, a tanto acompañar, a tanto actuar. ¿Podemos ignorarlo? Desde 1998 los nombres de los Cinco han sido sinónimos de entereza, de integridad ética y política. Sabemos que si los Cinco han sufrido por haber defendido a Cuba en territorio hostil, también sabemos que han sabido sufrir convirtiendo la pena en escalera. Y hemos aprendido a admirarlos y a quererlos. Uno incluso se ha llegado a preguntar si en caso parecido podría igualarlos en la valentía, en la abnegación y en la capacidad de servir.
Ahora, en la primera reimpresión de la edición de 2004, El dulce abismo, con presentación de la escritora norteamericana Alice Walker y con prólogo de la poetisa Nancy Morejón, vuelve a dibujar una imagen más cercana y palpable de los Cinco. Y por ello lo he leído en una posición devota. He leído este libro como de rodillas, sintiendo crecer a cada línea mi respeto asombrado por estos cinco compatriotas que han preferido la cárcel, a veces cárcel interminable según las condenas, a la comodidad de la queja o del cansancio o del arrepentimiento que solo pueden inspirar compasión. Y la compasión no es sentimiento que ninguno de ellos agradecería. Viven satisfechos de sí mismos.
Esto subrayé en una carta de René a Olga: “Nadie se dará el gusto de decir que logró hacer de nosotros unos resentidos por habernos sometido a su odio inútil. Si acaso me faltara decirte algo sería el darte las gracias por tu amor, por tu apoyo…” De Tony, esta estrofa: “Regaré la alegría desmedida/ de quien sabe reír humildemente. / De este a oeste levantaré la frente/ con la bondad de siempre prometida”. De Fernando, mi lápiz remarcó estas frases: Rosa, hay en ti esa heroicidad anónima, esa comprensión sin palabras, esa entrega incondicional a la causa (…) Escogí el camino que yo quería seguir y sabía a lo que me exponía y por qué lo hacía (…) Escuchar tu voz en el teléfono es como recibir una de las noticias que tanto extraño y que estoy seguro que tendremos tiempo de compartir por muchos años en el futuro”.
De Ramón, sobresalen estas normas a sus hijas: “Sean fuertes, muy fuertes para vencer siempre con una sonrisa en los labios cada tarea que enfrenten en la vida. Por mí no teman, estoy bien y soy fuerte, mucho más ahora que me acompañan ustedes, todo mi pueblo y la dignidad del mundo”. Y de Fernando a Adriana, estas palabras que nos lo ponen a nuestro lado y a la vez nos lo alzan como un hombre excepcional: “ (…) Cuando me pongo a hacer el recuento de mi vida no puedo separarme de ti ni en el recuerdo, me parece que estabas conmigo en preescolar, y en la escuela al campo, y en todos lados (…) Nosotros tenemos lo más importante, mi niña, nos tenemos el uno al otro, tenemos este amor inmenso que ha superado todas las pruebas, a partir de este punto, podemos lograr cualquier cosa”.
Al leer estos textos tan personales y familiares, me ha emocionado singularmente la sensibilidad de los Cinco y su preparación, su cultura. No hay en este libro una palabra, una línea tocada por lo cursi o lo superficial. Ni por la violencia, ni la ira. Hay en todas estas páginas un desprendimiento hondísimo que hace a los Cinco olvidarse de sí mismos para presentarse con una sonrisa que lleve a los seres queridos la paz, como si dijeran: Estamos bien, contentos de ustedes. No sé, de pronto, qué distingue a los Cinco, qué los nutre. Y luego comprendo que en Gerardo, Tony, Ramón, Fernando y René habita la vivencia fundamental de nuestra historia: haber discurrido de abismo en abismo y aún se sostiene en pie y en equilibrio, sin mirar hacia abajo. Solo hacia arriba.
Mis letras, por impotentes, no terminarán con los intereses y las ideas, resecos de toda humanidad, que se frotan las manos de placer sabiendo a los Cinco encarcelados. Ni siquiera el odio que atizan es lúcido, es decir, capaz de ver que cuanto más dura y larga es la prisión, las personas honradas de los Estados Unidos y el mundo se van percatando de que para tener a Gerardo, Tony, Ramón, Fernando y René presos, una borrascosa conciencia, nacida y criada en el país que se envanece de su libertad, ha tenido que violentar leyes y precedentes judiciales y pagado a periodistas para influir en el jurado; y fiscales, mentir y desestimar las pruebas de la defensa; y los jueces, ceder su independencia. ¿Qué más podrían hacer para saciarse y mostrar a los cubanos honrados de aquí y de allá cuánta facultad tienen los enemigos de la revolución y la patria para generar dolor e injusticia? ¿Volverá a crecer la hierba por donde pasen?
Los Cinco, tan pocos que caben en una mano, pueden regalar decoro a muchos hombres indecorosos. Y aún levantarían la frente y mostrarían la estrella mirando hacia arriba, hacia el dulce abismo donde crecen.
Tomado de Cubahora
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