sexta-feira, 5 de outubro de 2012

La batalla de Ayacucho



Por Atilio A. Boron

La batalla de Ayacucho, librada el 9 de diciembre de 1824, selló el destino del imperio español en América del Sur. El Gran Mariscal de esa heroica batalla, Antonio José de Sucre, en su arenga final a los soldados, pronunció las siguientes palabras: “De los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia”. El próximo 7 de octubre Nuestra América se encamina hacia una segunda batalla de Ayacucho. Las elecciones que se lleven a cabo en la República Bolivariana de Venezuela tienen, como el heroico combate librado en tierras peruanas, una extraordinaria resonancia continental. Un triunfo del presidente Hugo Chávez Frías fortalecería los aires de renovación política, económica y social que recorren América latina y el Caribe desde finales del siglo pasado y que nos han permitido dar importantes pasos hacia nuestra segunda y definitiva independencia. Su derrota, en cambio, implicaría un fenomenal retroceso no sólo para Venezuela, sino para los países del ALBA y, además, para toda Nuestra América.

Las chances de un desenlace tan desafortunado son muy bajas, pero no inexistentes. Casi la totalidad de las encuestas, aun las más afines con la oposición, dan como ganador a Chávez. El disenso viene a la hora de estimar el margen de su victoria, que dependerá de factores circunstanciales propios de la jornada electoral. Sobre todo, de la proporción de votantes que acudirá a las urnas, cosa que puede verse afectada por varios factores: el decaimiento del fervor militante de los cuadros medios del chavismo, que movilizan y organizan a la base popular; el atosigamiento y la confusión intencionalmente sembrada por los medios de la derecha, que dominan el espacio público; la apatía luego de un tenso y complejo período preelectoral; el temor y la desactivación política que provocan los permanentes ataques de Estados Unidos en algunos segmentos del electorado e inclusive algo tan aleatorio y ajeno a la lucha política como el estado del tiempo. Un 7-O que amanezca como un día horrible y lluvioso puede hacer que algunos chavistas prefieran quedarse en sus casas, dando por descontado el triunfo de Chávez; un bello día cálido y soleado puede hacer que otros tantos decidan ir a disfrutar de algunas de las bellísimas playas con que cuenta Venezuela. En ambos casos, el principal perjudicado por la deserción ciudadana sería Chávez, desincentivado su electorado de ir a votar por la certidumbre de la victoria de su líder, proclamada temerariamente por quienes se suponen que juegan a favor del gobierno. Por eso, Chávez ha dicho, con razón, que “nuestro peor enemigo es el triunfalismo”. Si la concurrencia a las urnas de los chavistas suscita algunos interrogantes, la derecha en cambio ha logrado solidificar un núcleo duro que está dispuesto a todo y que irá a votar bajo cualquier circunstancia. Los 3.200.000 que participaron de la interna que eligió a Capriles como candidato es un dato cuya importancia mal podría ser subestimada. Ese núcleo duro no le alcanza para ganar, pero sí para librar una fuerte batalla. Para resumir: si el 7-O el multitudinario enjambre de organizaciones populares del chavismo logra que sus bases sociales se vuelquen en masa a las urnas, el amplio triunfo de Chávez está asegurado.

Pero aparte de la tasa de participación electoral, hay otros factores que también cuentan. 

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