Jorge Gómez Barata
Criticar el sistema electoral de Estados Unidos, o de cualquier país desde perspectivas ideológicas es metodológicamente erróneo, no sólo porque son diversos, sino porque son estructuras nacionales que obedecen a premisas históricas y a realidades locales. Otro error es examinar el procedimiento a partir de los tecnicismos asociados a la dialéctica entre el voto popular y el “colegio electoral”.
En ese país donde se redactó la primera Constitución y donde primero los gobernantes fueron electos, sus fundadores tuvieron que crear. Estados Unidos no es, como los demás países un Estado construido a partir de una nación, sino el resultado de la asociación de 13 entidades diferentes, virtualmente 13 países que se unieron para formar uno solo. Ese hecho explica lo importante que resulta para ellos el federalismo.
La mayor preocupación de los fundadores del Estado norteamericano, los mismos que lideraron la revolución, redactaron la Declaración de Independencia y la Constitución y gobernaron el país las siguientes tres décadas, fue que la Unión no menoscabara los intereses de los estados, que el gobierno federal no diera lugar al autoritarismo y que el presidente no fuera un “rey sin corona”.
Tampoco la elección presidencial en los Estados Unidos debe ser percibida de modo aislado sino considerada como parte de un sistema formado por las legislaturas estaduales, el Congreso Federal y la presidencia. Además debe recordarse que cuando el sistema se diseñó no existían los partidos políticos. Originalmente la Constitución estableció un modo de elección que aunque modificado por la Enmienda XII conservó su esencia:
“Cada estado designará…un número de compromisarios igual al número total de representantes y senadores que le corresponda en el Congreso…Los compromisarios…votarán por dos personas… y remitirán (la lista) a la sede del Gobierno de los Estados Unidos…En presencia del Senado y de la Cámara de Representantes, el Presidente del Senado abrirá los certificados y se procederá entonces a verificar el escrutinio. Será presidente la persona que obtuviere mayor número de votos…” (Ese número debe ser mayor a la mitad de los compromisarios)
Desde 1964 el Colegio Electoral está formado por 538 electores (435 Representantes + 100 senadores + tres votos electorales del Distrito de Columbia). En cada estado el Colegio Electoral es igual a la suma de sus representantes y senadores (un Representante por cada 30 mil habitantes) y dos senadores. Según una práctica aceptada (no establecida por la Constitución) al aspirante presidencial que obtenga la mayoría de los votos de la población en cada estado se le suma el total de votos electorales.
Un candidato que gane en California, que aporta 55 votos electorales, Texas 34, Nueva York 31, Florida 27, Illinois 21, Pensilvania 21,Ohio 21, Michigan 17, Carolina del Norte 15, Nueva Jersey 15, Georgia 15, Virginia 13, Massachusetts 11, Indiana 11, Washington 11 obtendría 518 votos electorales. De ese modo ganando sólo en 15 de los 50 estados sería electo. Uno de los justificantes de ese procedimiento es que esos 15 estados reúnen más de 198 millones de habitantes que representan más del 60 por ciento de la población del país. En este ejemplo aunque en la minoría de los estados la mayoría de la población decidió.
La actitud ante Estados Unidos no puede estar dictada por el juicio que nos merezca el modo como eligen a sus autoridades ni por la forma como administran sus crisis sino por su comportamiento imperial. El sistema que técnicamente puede gustarnos más o menos, no es perfecto, deja espacios al fraude pero no es irracional y, por más de 200 años les ha funcionado y de alguna manera soportó la prueba del tiempo. Allá nos vemos.
La Habana, 30 de octubre de 2012
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