Wendy Guerra
Rubén Blades aparece en el anuncio de la línea aérea que nos traslada de La Habana a Panamá y conexiones, hablando de lo maravilloso que es su país y de lo bien que nos tratarán en esa tierra. La obra de Rubén es inmejorable, por ello, tal vez tenía la certeza de que en Panamá sería tan plena como él lo cuenta. Rubén, cronista urbano que a estas alturas no tiene por qué mentir en un anuncio publicitario. El problema es que él no ha nacido en Cuba y no ha visto como pueden tratar, en ese aeropuerto, a un cubano del que sospechan desea escapar, y utilizarlos a ellos como simple trampolín para viajar ilegalmente a los Estados Unidos.
El miércoles 3 de octubre tuve un maravilloso encuentro con algunos de mis colegas autores y periodistas en el aeropuerto panameño Tocumen, desde allí, todos juntos viajaríamos a el Festival de la Palabra e Puerto Rico.
Entrando, en la puerta que Copa Airlines tiene preparada para abordar su vuelo a San Juan, presentando (como siempre) respetuosa y cortés mis documentos, fui interceptada por una empleada de esa línea. Sin darme explicaciones, se llevó mi identidad, removió mi foto, me mandó con seguridad, pidió a sacar (sin consultarme) mi maleta para que yo me quedara en tierra y no cumplió con la promesa de avisarle a mis colegas, quienes, ya dentro del avión, no paraban de rogarle a la línea y sus empleados una explicación lógica o salir en mi auxilio.
Cuando piso un territorio no cubano, uso mi documento de identidad francés, teniendo en cuenta lo complicado es que obtener rápidamente una visa para un cubano que vive aquí y que viaja con frecuencia. Mi credencial europea causó gran sospecha en la señorita que me detuvo y, a pesar de mostrarle hasta el libro de familia francés, mi carné consular, las múltiples visas que aparecen en él, desde Seúl hasta EEUU, ella no razonó.
La empleada tiene una infinita potestad, entre ellas y en su zona medular, la que nos compete: sospechar de los cubanos, no escuchar, regresarnos, marcarnos y punto. Yo puedo ser francesa o griega pero nací y vivo en Cuba, por eso, le da lo mismo la literatura o la gastronomía, le importa un bledo que sea Chevalier des Arts et des Lettres, o que llegue tarde a un festival de importancia para los intelectuales latinoamericanos, pues, mi pecado original es y será por muchos años: Nacer en Cuba. Y para empeorar la situación, ya que obtuve ese pasaporte por matrimonio, decidir quedarme a vivir en esta isla caribeña.
No soy la única cubana al la que allí han interrogado, detenido o devuelto. Del que han dudado y al que se negaran a escuchar. El embajador francés en Cuba, la Cónsul francesa en Panamá, el Festival puertorriqueño en nombre de sus organizadores, amigos entrañables, autores, periodistas, todos intentaron intermediar y dar fe de que yo era yo, pero, fui sacada de mi grupo, como la oveja negra que no puede entrar en el rebaño. Separada, aislada, incomunicada y hasta escoltada a tomar agua, con un susto y un dolor, que nadie me va a quitar nunca. Si yo no era yo, de qué premisa partía todo aquel teatro del absurdo.
Exponer que no era culpable de nada era mi principal objetivo. Intentar demostrar que Wendy Guerra es Wendy Guerra, una tarea imposible. No sabía qué estaba ocurriendo conmigo.
Ya en seguridad traté de razonar con personas que van a justificar su error buscando alguno inexistente, revisando mi maleta. Seguí respondiendo a preguntas íntimas o sociales. Errores de procedimiento que seguirían cometiéndose sin razón, en un círculo bizarro, sin disculparse, sin perspectiva, a la deriva de saber que google no miente y que soy la que soy Wendy Guerra, en los periódicos, en las traducciones, para los amigos, y ante sus ojos que perdían la esperanza de no haber atrapado a una falsificadora.
Hacerlo por hacerlo, seguir sobre ese neurótico paso que les había marcado Copa Airlines. Perder el instrumento que el lenguaje nos otorga en momentos difíciles por el bajo nivel de diálogo y comprensión de un entrenamiento lineal y subjetivo.
Sentirse acorralada al cargar el cliché, el prejuicio de que los cubanos somos o terroristas o balseros. El no entender por qué las personas toman un a balsa o por qué nos llaman terroristas. El no desear hablar de este tema, aunque me quedaban muchas horas allí. Estar sola, como esta isla sola, a la deriva, me causó un dolor indescifrable.
No me trataron mal, simplemente sospecharon y me anularon, no me trataron, me dejaron en tierra y estoy esperando conocer por qué. Al final no se disculparon aunque todo estaba en regla.
Quiero dedicar esta pequeña crónica a todos los cubanos que, viajando por el mundo o en su propia patria, son sacados de la fila y llevados, encerrados en un cuarto, sin razón mayor que la desconfianza. A los inocentes. A todos ellos va dedicado esta crónica. Agradezco a los que me escribieron auxiliándome por los medios que yo tenía a mano.
A los que determinamos ser cubanos a pesar del costo, dedico mi Habáname de hoy. No hay nada más duro que dar explicaciones por amar y querer un país en las circunstancias que éste pase. Por demostrar ser uno sin haberlo dejado de ser nunca.
Espero que ninguno de los panameños que alimentaron ese mal entendido sufran la vergüenza de tener que contar su vida en una oficina. Ellos sospechan de mí, ellos sospechan de muchos paisanos, y yo, simplemente sospecho del paraíso que me cuenta el admirado artista Rubén Blades.
Las leyes migratorias cubanas deben cambiar, nuestra vida y nuestra proyección en el mundo debe cambiar. El mundo entero debe conocer que Cuba ha sido un país fundado por emigrantes y que es el momento, y no otro, en el que el resto del mundo tiene que dejar a un lado los prejuicios para ayudarnos a encausar nuestro destino.
Yo no era nada en Panamá, perdí mi nombre, mi identidad y mi profesión. Era solo una mujer detenida. Una sospechosa que se comía las uñas y a la que le preguntaban: - ¿Tienes algo que ocultar, entonces por qué lloras? Lloro de rabia, pensaba: ¿Cuál es mi pecado? ¿Nacer y vivir en Cuba?
Fuente: Habáname
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