Emir Sader
“Las médicas cubanas se parecen a empleadas domésticas.” Esta afirmación, quizá la más destacada de una ola de expresiones de intolerancia y discriminación racista, hecha por una periodista brasileña de derecha, representa, sin darse cuenta, en el más significativo elogio de Cuba.
Frente a las necesidades de atención médica a su población, el gobierno brasileño, después de convocar a médicos brasileños a ocupar los puestos en las regiones del país con más necesidades y menor atención, hizo un convenio con el gobierno de Cuba para traer a Brasil a miles de médicos – ya han llegado más de 6 mil – de un país que incuestionablemente tiene una de las mejores medicinas sociales del mundo. Así lo confirman los extraordinarios índices de salud de la población cubana, logrados a pesar del nivel de desarrollo económico del país, mismos que incluyen desde la mortalidad infantil hasta la expectativa de vida al nacer, pasando por cualquier criterio con la que se la analice.
Ese convenio, que podría pasar simplemente por uno más entre Brasil y Cuba, generó una ola de reacciones que ha promovido un diagnóstico social de una y de otra sociedad, inédito y de una profundidad inesperada. Para empezar por los mismos médicos brasileños, en su mayoría formados en universidades públicas brasileñas – las mejores del país -, pero que no tienen que entregar ninguna contraparte a la sociedad que los ha formado de forma gratuita. A menudo concluyen sus estudios y abren consultorios en los barrios mejor situados de las grandes ciudades brasileñas, para atender a una clientela de gran poder adquisitivo.
Como resultado, el mapa de las enfermedades del país y el de la ubicación de los médicos suele ser brutalmente desconcentrado, prácticamente contradictorio: donde están las enfermedades no están los médicos; donde están los médicos, no están las enfermedades.
Aun así, a más de negarse a ir atender a la población más pobre – la mayoría, en un país todavía el más desigual, a pesar de los inmensos avances de la última década, del continente más desigual del mundo -, han intentado impedir que el gobierno brasileño traiga médicos de fuera del país – de otros países también, además de Cuba -, para atender a su población. Han hecho manifestaciones en las calles, han intentado crear situaciones de coacción a los médicos cubanos, han intentado desarrollar campañas en contra de la reelección de Dilma Rousseff, creyendo tener autoridad política sobre sus pacientes.
La declaración con que empieza este artículo se inserta en ese escenario de elitismo y falta de sensibilidad social de los médicos brasileños. La frase, que pretende descalificar a las médicas cubanas, porque en lugar de la imagen del médico hombre, blanco, con fisionomía de los doctores de las películas de Hollywood, son personas nacidas del pueblo cubano, se revela como un inmenso elogio de la sociedad cubana y una dura crítica de la brasileña. Mujeres de origen popular, que en Brasil serían empleadas domésticas, en Cuba es normal que puedan formarse como médicas y salir a expresar su solidaridad con otros pueblos, necesitados de profesionales que Cuba logra formar en exceso para las necesidades de su país.
Esa reversión del sentido de la frase se dio también en el plano más general de la sociedad brasileña que, confundida al inicio, rápidamente reaccionó de forma muy positiva y más del 80% apoya activamente la venida de los médicos cubanos a Brasil. Esto se debe a que las necesidades pasaron a ser atendidas por los médicos cubanos, al tiempo que amplios sectores populares de Brasil empezaron inmediatamente a recibir atención, que hasta ese momento no la habían tenido o era absolutamente precaria. Ciudades que nunca habían tenido la presencia de médicos, cuya población tenía que desplazarse kilómetros de distancia para tener una atención esporádica, empiezan a conocer un derecho esencial a la atención médica directa y permanente, gracias a los médicos cubanos.
Es un programa de salud pública, pero que lleva consigo una lección, una pedagogía política de gran evidencia, que es lo que incomoda más a la derecha brasileña. Personal formado en universidades públicas – en Cuba todas lo son – tiene que atender las necesidades fundamentales de su pueblo, que es además el que paga los impuestos que financian a las universidades públicas, pero cuyos hijos no pueden tener acceso a esas mismas universidades.
Brasil ha avanzado como nunca en su historia con los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff en el combate a la desigualdad, a la pobreza y a la miseria, pero que no encuentra todavía correspondencia en las estructuras educacionales que forman el personal médico. De ahí el apoyo de Cuba, que la Presidenta de Brasil agradeció a Fidel Castro, con ocasión de la reciente reunión de la Celac en La Habana, cuando se inauguró la primera parte del puerto de Mariel, que Brasil construye en la Isla, colaborando para romper el bloqueo impuesto a Cuba por Estados Unidos de América.
Los médicos cubanos son mejores que gran parte de los médicos que Brasil tiene hoy porque, además de su excelente formación profesional, son mejores ciudadanos, formados por una sociedad orientada no por la medicina mercantil, sino por las necesidades reales de la población. La venida de los médicos cubanos permite, como ningún manual de educación política, aclarar los principios de las sociedades capitalistas – volcadas hacia los valores de cambio – y las sociedades socialistas – volcadas hacia los valores de uso. Las unas, atendiendo las demandas del mercado, las otras, a las demandas de las personas.
- Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, es coordenador del Laboratório de Políticas Públicas da Universidade Estadual do Rio de Janeiro (Uerj).
http://alainet.org/active/71213
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