Jorge
Gómez Barata
Como parte de una coyuntura política excepcionalmente violenta y peligrosa aunque también promisoria y creativa, la Revolución Cubana asimiló la experiencia soviética. Aquel intenso proceso no sólo abarcó todas las áreas, sino que se integró a la transformación de la sociedad, absorbió el programa revolucionario original y hasta hoy ha determinado el contenido de la teoría revolucionaria y de las ciencias sociales, el perfil de la ideología, y el contenido de la cultura política en la Isla.
La confrontación interna, la determinación de resistir la agresividad norteamericana, y la gratitud a la Unión Soviética contribuyeron a idealizar la primera experiencia socialista, lo cual pasó a formar parte del imaginario revolucionario cubano dando lugar a complejas superposiciones dominadas por espejismos, asumidos por muchos como principios y valores revolucionarios o preceptos científicamente fundamentados, como ocurre con afirmaciones que fueron discutibles hace 150 años y que la desaparición del socialismo real probó que eran erróneas.
Como parte de aquella urdimbre, además del modelo económico se importó el sistema político, la concepción del Estado y de sus órganos, el organigrama de las organizaciones políticas, sociales, de masas y profesionales, entre ellas el partido y los sindicatos; así como los criterios para la organización, la dirección y el funcionamiento de la prensa, la radio y la televisión; la concepción del llamado trabajo ideológico, y aunque con matices, la idea de políticas culturales estatal y políticamente inspiradas y fiscalizadas.
Sin apenas ajustes, ese conjunto y sus prácticas, así como los métodos y estilos de trabajo que los acompañaron, están vigentes en Cuba. No obstante, el problema mayor no es organizacional ni funcional sino cultural. De la experiencia importada forman parte la doctrina económica y política, la noción de exclusividad ideológica que asume al marxismo-leninismo como única ciencia social, y un conjunto de saberes que son inmutables e indiscutibles.
En los años noventa, en medio de la crisis que dio al traste con todos los países socialistas, incluso con la Unión Soviética, y ante el peligro de sucumbir frente a Estados Unidos, aun cuando reconoció los defectos y fallas estructurales que determinaron el derrumbe, la Revolución Cubana aplazó cualquier cambio y adoptó la resistencia como opción que, a la larga, resultó una táctica correcta, aunque valida solo para una etapa.
Al sobrevivir la Revolución Cubana prestigió al socialismo, aunque no por ello convalidó los equívocos en que por necesidad o convicción ella misma había incurrido.
Es probable que en las esferas de la realidad social menos exploradas se encuentren las mejores oportunidades para las transformaciones que demanda la realidad cubana, y se corre el riesgo que, sin dar pasos decisivos en el perfeccionamiento del sistema político, la democratización de la sociedad, la refundación de las instituciones, incluidos el parlamento, los sindicatos y el partido comunista; las reformas económicas en curso no alcancen los objetivos deseados.
Con criterios erróneos no es posible alcanzar metas correctas. Para salvar el socialismo, además de resistir es preciso innovar, y sin integralidad los esfuerzos por el perfeccionamiento corren riesgos. Allá nos vemos.
La Habana, 12 de noviembre de 2013
La confrontación interna, la determinación de resistir la agresividad norteamericana, y la gratitud a la Unión Soviética contribuyeron a idealizar la primera experiencia socialista, lo cual pasó a formar parte del imaginario revolucionario cubano dando lugar a complejas superposiciones dominadas por espejismos, asumidos por muchos como principios y valores revolucionarios o preceptos científicamente fundamentados, como ocurre con afirmaciones que fueron discutibles hace 150 años y que la desaparición del socialismo real probó que eran erróneas.
Como parte de aquella urdimbre, además del modelo económico se importó el sistema político, la concepción del Estado y de sus órganos, el organigrama de las organizaciones políticas, sociales, de masas y profesionales, entre ellas el partido y los sindicatos; así como los criterios para la organización, la dirección y el funcionamiento de la prensa, la radio y la televisión; la concepción del llamado trabajo ideológico, y aunque con matices, la idea de políticas culturales estatal y políticamente inspiradas y fiscalizadas.
Sin apenas ajustes, ese conjunto y sus prácticas, así como los métodos y estilos de trabajo que los acompañaron, están vigentes en Cuba. No obstante, el problema mayor no es organizacional ni funcional sino cultural. De la experiencia importada forman parte la doctrina económica y política, la noción de exclusividad ideológica que asume al marxismo-leninismo como única ciencia social, y un conjunto de saberes que son inmutables e indiscutibles.
En los años noventa, en medio de la crisis que dio al traste con todos los países socialistas, incluso con la Unión Soviética, y ante el peligro de sucumbir frente a Estados Unidos, aun cuando reconoció los defectos y fallas estructurales que determinaron el derrumbe, la Revolución Cubana aplazó cualquier cambio y adoptó la resistencia como opción que, a la larga, resultó una táctica correcta, aunque valida solo para una etapa.
Al sobrevivir la Revolución Cubana prestigió al socialismo, aunque no por ello convalidó los equívocos en que por necesidad o convicción ella misma había incurrido.
Es probable que en las esferas de la realidad social menos exploradas se encuentren las mejores oportunidades para las transformaciones que demanda la realidad cubana, y se corre el riesgo que, sin dar pasos decisivos en el perfeccionamiento del sistema político, la democratización de la sociedad, la refundación de las instituciones, incluidos el parlamento, los sindicatos y el partido comunista; las reformas económicas en curso no alcancen los objetivos deseados.
Con criterios erróneos no es posible alcanzar metas correctas. Para salvar el socialismo, además de resistir es preciso innovar, y sin integralidad los esfuerzos por el perfeccionamiento corren riesgos. Allá nos vemos.
La Habana, 12 de noviembre de 2013
Tomado de Moncada
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