El Festival Internacional de Coros ha reflejado por 30 ediciones el caudal creativo de nuestras agrupaciones y el impacto que estos grupos tienen en el público
El Acuarelista de la Poesía Antillana, Luis Carbonell, y Orfeón Santiago en el Festival Internacional de Coros. Foto: Yander Zamora
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SANTIAGO DE CUBA.— Suele ser enriquecedor. De hecho, aporta espiritualidad y buenas vibras a nuestra cotidianidad. Las agrupaciones corales toman del repertorio universal y nacional, antiguo o contemporáneo, y son una especie de oasis musical ante alguna que otra melodía banal —y que conste que con ello no pecamos de absolutos, ni tratamos de introducirlos en las preferencias sonoras.
Sin embargo, los coros han sido menos favorecidos por los soportes promocionales y fonográficos. A pesar de ello, hay en estos grupos un atractivo singular que seduce al auditorio por la manera de seleccionar las piezas, sus interpretaciones, la mano que guía a los cantores en escena...
Descifrarlo nos ha costado los primeros días del Festival Internacional de Coros que se desarrolla en esta ciudad desde el miércoles último, y que atrapa a quienes asisten a las principales salas de esta urbe, entusiasmados por un evento que es reflejo vivo de una tradición.
El impacto de esta música en la gente que va a escuchar no solo a Johann Sebastian Bach, Claudio Monteverdi o Esteban Salas, se percibe en sus rostros, expresiones que, como periodistas, describimos en una suerte de recuento de los tres primeros conciertos en la sala Dolores.
El primero de todos dejó a muchos sin asientos en esa locación. Convocaban los coros Profesional de Bayamo, y el anfitrión Orfeón Santiago, en el tributo que rindieron a un hijo de esta ciudad, el Acuarelista de la Poesía Antillana, Luis Carbonell.
Declamador que ha dejado un estilo en una ocupación sin precedentes en la cultura nacional, el lúcido y nonagenario Carbonell apareció en el escenario recitando sus estampas y esta vez emocionó con sentidos versos de Federico García Lorca, que el Orfeón —de la mano de la maestra Daria Abreu— siguió con una obra ya referencial de estos festivales: Iré a Santiago, cuya versión coral pertenece al compositor Roberto Valera, también homenajeado en el certamen.
En un horario vespertino y quizá para apaciguar la lluvia que persistía a las 5:00 p.m. del jueves, cuatro agrupaciones volvieron a provocar la misma sensación de gozo en los rostros de los santiagueros asistentes a la sala Dolores.
Aunque la actuación fue larga —algo que ha signado la mayoría de los espectáculos y que tal vez se deba a la preparación de cada grupo, dado el prestigio creado por el evento en sus 30 ediciones—, trascendieron dos elementos: la calidad interpretativa y experimental de las formaciones profesionales y la presencia de coros de aficionados.
En cuanto a lo primero debemos destacar el cuidado en la selección de las piezas de Sine Nomine. El coro masculino se adentró en la llamada música virreinal y en otras pertenecientes al repertorio sacro europeo. Así, junto a motetes y villancicos de autores como Alessandro Grandi y Gaspar Fernández, la habanera camerata vocal que dirige la maestra Leonor Suárez repasó obras contemporáneas, entre ellas las de los cubanos Silvio Rodríguez y Benny Moré, y nos regaló un sonado traditional spiritual: Elijah rock.
Un consolidado Orfeón Holguín completó la nómina de los grupos profesionales de esa tarde, que recogió los aplausos más continuos en el Kyrie (eleison) y Gloria de la Missa Sine Nomine, de César Alejandro Carrillo, el Oh, pato, de Jaime Silva (con arreglo coral de Fernando Arian), y el conocidísimo Chan Chan, de Compay Segundo.
Mientras, la Coral Universitaria y Voces de Luz (Colombia) demostraron la necesidad de seguir fomentando este tipo de agrupaciones en diversos sectores de la sociedad, así como la sensibilidad hacia toda la música que despierta en los integrantes de estos grupos.
Es que el movimiento de coros de aficionados en Cuba debe continuar fomentándose, como bien dijo a la prensa Madelaine Mase, directora del Centro Nacional de Música de Concierto. Mas, resulta halagüeño que el canto coral, en este particular, se cristalice con las cantorías infantiles y juveniles, y que sirvan de cantera a las agrupaciones profesionales.
Quizá una frase de Roberto Valera se adueñó del tercer concierto que comentamos. «El movimiento coral es uno de los orgullos que tenemos en la música cubana», comentó el autor de Non Divisi hace unos días.
D’Profundis y Música Áurea pusieron de relieve esas palabras. Lo hicieron al adentrarnos en interesantes programas. El primero, creado a finales de la década de 1990 en el mismo seno del Coro Nacional y actualmente bajo la batuta de Ladys Sotomayor, abarcó una propuesta en la que no faltaron madrigales, traditional spiritual y obras cubanas. A su vez, la Camerata Vocal Santiaguera demostró el consolidado trabajo que la maestra Delvis Sánchez ha venido desempeñando.
Dos jornadas nos restan para la despedida del Festival, que junto a la de este viernes en la noche seguramente quedarán reseñadas en estas páginas. Solo le adelantamos que para hoy sábado está previsto el homenaje al maestro Electo Silva en la sala Dolores; y el domingo, en la clausura, se ha anunciado el estreno, por parte de los coros Nacional y los santiagueros, de la obra El general Antonio, que lleva los versos del poeta Miguel Navarro Luna y la música de Roberto Valera.
Tomado de Juventud Rebelde
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