La historia política del siglo XX, escenario de la aparición del imperialismo y de dos guerras mundiales, de las revoluciones mexicanas, bolchevique, china y cubana, de la descolonización, la era nuclear y la Guerra Fría; de los conflictos en Corea, Vietnam y el Medio Oriente, de las sociedades de consumo y los estados de bienestar, de la Revolución Científico Técnica, la crisis ecológica y el advenimiento y fin del “sistema mundial del socialismo”, ilustra la tendencia general a un status civilizatorio basado en soluciones globales.
Se reafirma de ese modo la tesis marxista de la existencia de una formación económica y social a escala del planeta y de la época que forma el contexto general al cual se asocian los fenómenos sociales y que si bien no suprime los procesos políticos nacionales, los condiciona y, aun cuando permite matices propios, obliga a actuar en los límites de una determinada lógica.
Esa realidad crea premisas y establece estándares con arreglo a los cuales es obligatorio actuar y si bien circunstancialmente y por determinadas etapas se pueden modificar o ignorar, a la larga hay que asumirlo con la misma naturalidad con que se asume la idea de que nadie puede lograr el éxito al margen de la sociedad, como tampoco fuera de la historia ni distanciado de la realidad.
Vista a escala global en la historia de los diferentes pueblos y de la humanidad, predomina la evolución que gradual y espontáneamente, registra los avances y los retrocesos, llegando a crear condiciones para las revoluciones sociales que, impulsadas por elementos circunstanciales, producen grandes rupturas, que dan tirones a la historia, haciéndola avanzar para finalmente cumplidas sus metas, retomar el ritmo en un nivel superior.
Las revoluciones no pueden ser excluidas de la historia, tampoco consideradas imprescindibles y mucho menos eternas. Como todos los procesos sociales comienzan y terminan, no porque hayan fracasado sino porque concluyen sus tareas.
Así puede ocurrir con la Revolución Cubana que cumplido medio siglo ha llegado al punto en que está obligada a establecer una genuina institucionalización y, a partir de las condiciones que ella misma ha creado, adoptar los estándares validos para la época.
Ignoro cuanto demorara en abrirse paso en Cuba la idea de que en esta época las transformaciones políticas y la prosperidad económica son más viables en la medida en que son más consecuentemente democráticas y se adaptan mejor a las circunstancias económicas imperantes a nivel global.
Los revolucionarios cubanos, como antes lo hicieron otros que los precedieron, soñaron con construir un país mejor y contribuir a cambiar el mundo y lo hicieron. Tal vez sea hora de retomar los caminos de la evolución sistemática, la consolidación de lo alcanzado y devolver a las estructuras institucionales el poder que legítimamente la vanguardia tomó para sí. El transito no será fácil pero es imprescindible. Allá nos vemos.
La Habana, 31 de agosto de 2012
Tomado de Moncada
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