sábado, 1 de setembro de 2012

En la misma página (equivocada) sobre Cuba




Por Albor Ruiz

 Aquí vamos de nuevo.

En lo que se ha convertido en un ritual aburridor, Mitt Romney y su compañero, Paul Ryan –quien, al contrario de su jefe, presuntamente aborrece cambiar de opinión– se han esmerado en complacer a los extremistas de derecha de su partido y al segmento más recalcitrante de la comunidad cubanoamericana.

¿Cómo lo hicieron? Fácil. Haciendo un refrito de las mismas ideas –viejas y fracasadas– que han constituído la política estadounidense hacia Cuba por 50 años y cuyo plato fuerte ha sido el anacrónico embargo económico. Y como si el tiempo se hubiese detenido, la cansada retórica de esas “ideas” ha sido consagrada una vez más en la plataforma del GOP [Grand Old Party] para el 2012.

“Si soy suficientemente afortunado como para llegar a ser el próximo presidente, espero que Fidel Castro será finalmente removido de este planeta”, Romney dijo el 30 de enero a una multitud durante su campaña, abrazando una política exterior aparentemente basada en el principio de “bombardear a todos”.

“Debemos estar preparados, durante la primera o segunda administración del próximo presidente”, dijo. “Es hora de dar un golpe for la libertad en Cuba”.

En otras palabras, en una demostración de suprema arrogancia, Romney abiertamente declaró que tiene intenciones de asesinar a Fidel Castro, si él es elegido. Pero aunque tenga éxito, eso no va a ayudar mucho a su causa, dado que Fidel ya no es presidente de Cuba.

Para poner las cosas en perspectiva, imagínese usted qué sucedería si lo opuesto fuera cierto, si Castro prometiera decretar el asesinato de un Presidente Romney.

Pensándolo bien, la dura palabrería del candidato republicano no es gran sorpresa. Después de todo, el hombre que hizo reír a Miami cuando dijo en una entrevista radial en español que le encanta la papaya (jerga cubana que significa “vagina”) hubiera hecho cualquier cosa por ganarse el apoyo de los legisladores cubanoamericanos de la Florida, Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart.

Por cierto que a ellos les encantaría restaurar las restricciones draconianas de viaje impuestas durante la época de Bush, que limitaban los viajes de cubanoamericanos a sólo un viaje cada tres años y sólo para visitar a la familia íntima, sin excepciones.

El hecho de que encuestas recientes demuestran que la mayoría de los cubanoamericanos favorecen levantar las restricciones de viaje y poner fin al embargo claramente no les hace mella a sus presuntos representantes. Irónicamente, en lo que respecta a Cuba, Romney ha sido más fiel a sus posiciones que su compañero de boleta.

“El representante Paul Ryan dio una voltereta hacia atrás en cuanto a Cuba. Antes de votar a favor del embargo en 2007, se oponía a las sanciones y hablaba apasionadamente contra ellas”, dijo Sarah Stephens, directora ejecutiva del Centro Para la Democracia en las Américas, en el boletín noticioso del 17 de agosto de ese grupo, titulado Cuba Central Newsblast.

“Dejemos claro que el congresista Ryan se opuso al embargo durante parte de su carrera congresional y apoyó los viajes irrestrictos a la isla”, dijo ella.

Stephens entonces cita un discurso hecho por Ryan en el Congreso, en el que decía en parte: “Ha sido un principio fundamental de la política estadounidense que los viajes son una manera de abrir las sociedades cerradas. Los viajeros norteamericanos son nuestros mejores embajadores. Llevan la idea de la libertad a los pueblos en países comunistas. No hay razón alguna para hacer esta excepción para Cuba”.

Otra cita de Ryan (publicada en 2002 en el Milwaukee Journal-Sentine) dijo que los cubanoamericanos “tienen sus razones” para apoyar el embargo “y son muy apasionados con sus razones. Yo simplemente no estoy de acuerdo con ellos y nunca lo he estado”.

Esa posición, por cierto, se estrellaría con las de los ultraconservadores de la Florida, como Ros-Lehtinen, Díaz-Balart y Marco Rubio, de modo que una urgente y radical reorganización de la mente de Ryan fue necesaria.

Al fin del día, Ryan, aunque un apasionado creyente en el libre comercio, no tuvo reparos en canjear sus principios por la oportunidad de acompañar al siempre cambiante Romney en la montaña rusa presidencial del Partido Republicano, en lo que podría convertirse en un viaje hacia la nada.

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