Por Guillermo Rodríguez Rivera
La reciente noticia de que los Estados Unidos han decidido restablecer relaciones diplomáticas con Cuba ha creado las inquietudes esperadas.
Francamente, aunque me parecía inevitable que ello ocurriera, no pensé que fuera a producirse ahora, que Barack Obama se atreviera a hacerlo pero, visto en puridad, el hecho es de una lógica aplastante.
La reciente noticia de que los Estados Unidos han decidido restablecer relaciones diplomáticas con Cuba ha creado las inquietudes esperadas.
Francamente, aunque me parecía inevitable que ello ocurriera, no pensé que fuera a producirse ahora, que Barack Obama se atreviera a hacerlo pero, visto en puridad, el hecho es de una lógica aplastante.
Fueron los Estados Unidos los que rompieron esas relaciones tras una intensa agudización de las diferencias entre la dos naciones, en un momento en que ese gobierno preparaba en Guatemala al ejército de exiliados cubanos que desembarcarían en la Ciénaga de Zapata y, tres días después, serían derrotados en Playa Girón y hechos prisioneros. A los Estados Unidos les correspondía pues, dar el paso para restablecerlas.
Las declaraciones del presidente Obama son muy claras. Su país ha advertido que no ha conseguido ni va a conseguir hacer colapasar al gobierno cubano mediante el bloqueo económico, comercial y financiero que le han aplicado durante 54 años. Tal vez, el más extenso e intenso que se haya producido nunca. Esa confesión no supone que los Estados Unidos hayan renunciado a hacer lo posible por cambiar ese gobierno sino que, lo que ha colapsado, es esa manera de intentarlo.
En las recientes elecciones parlamentarias, el Partido Demócrata sufrió una apabullante derrota. Obama había incumplido el programa con el que fue electo en el 2008 y reelecto en el 2012. No creo que esos electores defraudados hayan votado por la derecha republicana pero, sin duda, se abstuvieron de votar por los demócratas: no hubo un voto de castigo, pero sí una abstención de castigo.
Sin nada que perder (ya todo lo había perdido) Obama se ha lanzado a recuperar sus frustrados electores. De pronto, la legalizaciòn de 5 millones de inmigrantes indocumentados; más de pronto aún, la liberación de los cubanos antiterroristas presos hacía más de quince años y, de prontísimo, el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba. A mi modo de ver, el próximo paso debía ser una acción que detenga la voluntad de la policía estadounidense de balear o estrangular ciudadanos afroamericanos desarmados.
Barack Obama está, en los dos años finales de su mandato, realizando el programa por el que lo eligieron y reeligieron los estadounidenses, y allanándole el camino al candidato demócrata que aspirará a la presidencia en noviembre de 2016. Esa nueva política tiene muy claros enemigos. Curiosamente, no son los que fueran más afectados por la implantación de un socialismo marxista-leninista en Cuba.
Nuestra contrarrevolución, que surge de nuestra burguesía subordinada a los Estados Unidos, no fue capaz de organizarse por sí misma para enfrentar el comunismo en Cuba: procuró que la CIA les organizara una invasión que resultó estruendosamente derrotada en Playa Girón. Esa contrarrevolución no pudo volver a Cuba, pero sus personeros se radicaron y enriquecieron en los Estados Unidos y, allí, se convirtieron en una fuerza que durante muchos años decidió la política de ese país hacia Cuba.
Se ha mantenido por años un financiamiento a la contrarrevolución cubana por parte del gobierno norteamericano. Sus grupos nunca hicieron nada importante para vencer a la Revolución. La pelea no fue con el socialismo cubano sino entre ellos, para ver quien conseguía la más jugosa tajada del dinero que aportaban los contribuyentes estadounidenses.
Ahora tienen pánico de que ese financiamiento esté llegando a su fin, y harán lo que esté a su alcance para boicotear los acuerdos que aliviarían las necesidades de su pueblo, que nunca les ha interesado mucho. La “performance” del día 30 de diciembre fue el frustrado opening del programa.
¿Saben qué pienso? Que deberíamos hacerles el menor de los casos posibles: están dando coces al aguijón, y no deberíamos darles motivo para que puedan mostrar al mundo represión alguna de la Revolución.
Tomado de Segunda Cita
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