Desde
finales del siglo pasado y, sobre todo desde comienzos de este siglo,
se han instalado en América latina gobiernos que son producto del
fracaso del neoliberalismo. En la última década del siglo XX, amplios
movimientos han resistido a los gobiernos neoliberales, hasta que,
llegada la hora de construir alternativas, hubo diferencias en el seno
de la izquierda.
Algunos han preferido distanciarse de esa construcción, tanto con
eslóganes de impacto –“que se vayan todos”, de piqueteros argentinos–
como con visiones intelectualistas –“autonomía de los movimientos
sociales” o “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Otros se han lanzado a
la disputa de la hegemonía en la sociedad, construyendo alternativas
nuevas, como en Ecuador y en Bolivia, o concentrando fuerzas en
alternativas de la resistencia al neoliberalismo, como en Venezuela,
Brasil, Argentina, Uruguay.
Pasada más de una década, es posible evaluar el debate desde el
punto de vista concreto, de las realidades políticas existentes, y no
sólo desde el punto de vista de las palabras. ¿Cuál es el cuadro que
presenta América latina en la segunda década del nuevo siglo?
Por una parte, gobiernos posneoliberales que han construido fuerzas
con gran arraigo popular, gracias a la prioridad que dan a las políticas
sociales, en el continente más desigual del mundo. Que, a pesar de los
pronósticos negativos de algunos, han logrado constituirse en los
gobiernos de más grande apoyo popular y de más larga continuidad en el
tiempo, a pesar de la profunda y prolongada crisis internacional del
capitalismo.
Nadie puede sostener que la Argentina de los Kirchner sea igual a la
de Carlos Menem, ni que el Brasil de Cardoso sea igual al de Lula y de
Dilma, ni que el Uruguay previo al del Frente Amplio sea similar al del
Frente. Vale igual para Venezuela, Bolivia, Ecuador. En todos han
mejorado sustancialmente las condiciones de vida de la población, todos
esos gobiernos han articulado y fortalecido procesos de integración
regional soberanos, participan, por medio de los Brics y de los acuerdos
de la Celac, con China y con Rusia, en la construcción de un mundo
multipolar, independiente respecto de la hegemonía imperial
norteamericana.
Los gobiernos posneoliberales latinoamericanos representan el polo
progresista en un mundo todavía ampliamente dominado por el modelo
neoliberal, dismimuyendo la desigualdad, la pobreza y la miseria,
mientras ella crece en el mundo. No hay como negar que son gobiernos
progresistas, democráticos y populares, apoyados por la mayoría de su
población, como nunca había ocurrido antes en la historia de esos países
y del continente.
Del otro lado, los que planteaban la autonomía de los movimientos
sociales –autonomía respecto a la política, a los partidos, al Estado–
no han logrado construir ninguna fuerza mínimamente significativa en
ningún país del continente. Ni siquiera han dado cuenta de la
desaparición de los piqueteros, que habían seguido sus orientaciones.
Los 20 años del surgimiento de los zapatistas han sido conmemorados sin
ningún balance de qué fuerza han construido hoy en México, de por qué
han quedado –heroicamente, es cierto– recluidos en Chiapas, dejando de
representar una referencia en la política nacional mexicana.
Son posiciones que se quedaron en las denuncias puntuales, en la
crítica, mientras que las alternativas a los gobiernos progresistas
están siempre en fuerzas de derecha, nunca de los sectores de
ultraizquierda, que a menudo se alían a la derecha contra esos
gobiernos.
El fracaso de la ultraizquierda en América latina se da, ante todo,
porque no han sabido valorar los extraordinarios progresos de los
gobiernos posneoliberales en el plano social. Al parecer no tienen en
cuenta las condiciones de vida del pueblo para valorar un gobierno, tan
alejados están del pueblo. Porque no entienden el inmenso retroceso por
que ha pasado el mundo en las ultimas décadas, con reflejos duros en
América latina, y que los gobiernos posneoliberales son la forma que
asume la izquierda contemporánea.
Porque la ultraizquierda no valora el debilitamiento de la hegemonía
imperial norteamericana con el Mercosur, la Unasur, la Celac, el
Consejo Sudamericano de Defensa, el Banco del Sur, los Brics. Porque no
sabe valorar el rescate del Estado como agente activo para el
crecimiento económico y la garantía de los derechos sociales.
La ultraizquierda en lugar de aprender de la realidad concreta ha
asumido el cambalache: todo es igual, nada es mejor. Por ello el pueblo
le da las espaldas, mientras sostiene a los gobiernos y fuerzas
progresistas de América latina. La realidad concreta confirma que hay
quienes han logrado contestar al neoliberalismo con alternativas
concretas, mientras que los otros han quedado en los artículos y los
pequeños núcleos sectarios.
Tomado de Pagina 12
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