Iroel Sánchez

Por estos días se ha hablado mucho del bloqueo de Estados Unidos a Cuba. Es así, desde los discursos de numerosos jefes de Estado en la Asamblea general de la ONU a The New York Times,
 pasando por los argumentos que los medios de comunicación cubanos 
acostumbran a dar, basados en los enormes daños que esa añeja política 
estadounidense ocasiona a la vida económica y social cubana.  El mundo ha vuelto a votar abrumadoramente en la ONU -por ocasión número 23-  contra esa política de castigo hacia un país entero por rebelarse contra la dominación de Washington.
A pesar de ello, en las redes aparecen 
cada vez más personas que igualan la dimensión de esa agresión contra la
 soberanía cubana con lo que llaman “autobloqueo” o “segundo bloqueo”. 
Así suele denominarse a las trabas burocráticas, administrativas y 
deficiencias de todo tipo que lastran el funcionamiento de las 
instituciones isleñas y que tratan de enfrentarse con las 
transformaciones que -luego de un amplio proceso de discusión popular- 
derivaron en los Lineamientos de la Política Económica y Social de la Revolución, aprobados en el Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Al calor de esas transformaciones, 
dirigidas entre otras cosas a combatir esas deficiencias pero también a 
atenuar los efectos de las políticas de acoso diseñadas en Washington, 
empieza a manifestarse un “tercer bloqueo”, como tal vez lo llamarían 
quienes igualan las deficiencias internas a la agresión estadounidense. 
Lo sufren los sectores más humildes de la población al depender, en su 
acceso a parte de los alimentos, de quienes especulan de manera 
creciente con productos que forman parte de la dieta tradicional del 
cubano.
Así se pudo apreciar en el segmento Cuba dice
 del Noticiero Nacional de Televisión, dedicado a los precios de los 
productos del agro. Si el bloqueo yanqui puede hasta triplicar el costo 
de servicios, medicamentos, alimentos y dispostivos educativos 
especiales como máquinas Braille para
 el aprendizaje de niños ciegos, los especuladores criollos multiplican 
hasta diez veces el precio de pepinos, frijoles y otros alimentos, y lo 
confiesan a las cámaras de la televisión sin que les tiemble la voz. Son
 las reglas del “juego” que supuestamente resolverá nuestros problemas, 
permitiendo comprar a un precio y vender a otro varias veces superior 
por incorporar el valor de trasladar unos pocos kilómetros una 
mercancía.
¿Es eso eficiencia y aumento de la 
productividad del trabajo? Ya suele haber alrededor de una carretilla 
que vende viandas y hortalizas hasta dos ayudantes ¿quién paga esa 
“plantilla inflada” sino el precio especulativo y generalmente 
prohibitivo para las mayorías?
Continúe leyendo... La pupila insomne
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