Si hasta en un gesto callado un niño es capaz de decirnos mucho de José Martí, ¿qué pudiéramos entonces escribir nosotros?..
¿Cómo se escribe apurado sobre José Martí?
“No es posible”, diría cualquier cercano, intelectual o no, apertrechado del caudal infinito que él nos legó a los cubanos —y al mundo— en letras profundas y hermosas.
“No es posible —seguiría diciendo— porque la prosa o el verso tienen más de pensamiento que de improvisación, y no basta para el buen mensaje la apariencia lírica del ritmo, la rima o el adjetivo buscado, sin aquellas garantías del contenido útil, convocante y aleccionador, que solo permiten la cavilación y el tiempo”.
Pero el amigo cualquiera obvia una razón sencilla: quien escriba de Martí no es un Martí, y en Cuba hasta los niños hablan de Martí sin la gravedad del contenido: en una flor matutina, en el gesto de llevar “del brazo a su hermana para que nadie se la ofenda”, en un dibujo, y hasta en la más inocente pregunta de niña de cinco años: “¿Qué le gustaba a Martí?”.
Y el propio Martí nos socorre en la respuesta, porque tanta letra delicada, surtidor de ideas infinitas que dijeron algo sobre todo, o casi todo, vinieron a nosotros para aligerarnos, esclarecernos, allanarnos los modos de interpretar el mundo con las armas de la opinión sencilla, desnuda y franca; no fácil, que es otra cosa.
Escribir sobre Martí puede hacerse hasta en un gesto. Júzguese en el solo ejemplo de las veces que nos socorremos con sus frases, firmadas en epílogos o exergos, aludidas en discursos, diplomas, ensayos y tareas escolares; fueran cuales fueran los contextos y temas.
Con frecuencia, nos parece una tabla salvadora de ocasiones apuradas, y tenemos la certeza de que, en efecto, muchos sucumben a la tentación instrumental de “usarlo sin profundizarlo”, porque esas posibilidades también las dan lo universal y versátil.
Pero escribir sobre él, repito, sí es posible, incluso apurado.
Tengo el magnífico caso de un hermano, escritor y campesino, que de tanto estudiarlo y encontrarlo, y socorrerse de él, ha acabado por llamarlo Pepito. Con tal cercanía lo siente, como quien le echa el brazo encima cada tarde, y conversa con él de cualquier cosa.
“Es que me ha salvado muchas veces de la decepción, el desánimo, la incertidumbre. Para mis propios problemas, un día cualquiera de relectura al azar me revela la respuesta, de pronto. Creo que Martí pensó y escribió todas las respuestas”, dice.
Sin embargo, no me parece absoluto…, ni loco. Si no, ¿por qué se me antoja parecida la emoción y el orgullo que a ratos, con las noticias, me provoca un cubano triunfador, sea un gran atleta campeón, compositor versionado, o bailarina aplaudida al otro lado del mundo? ¿Por qué advierto casi la misma fuerza en las sólidas y rebeldes líneas de aquella Vindicación de Cuba?
“Es que el vivió lo mismo, lo vivió todo —vuelve el amigo—, y lo contó para nosotros”. Martí, creo también, pasó por la vida para contárnosla mejor, de un modo tal que no perdiéramos de vista ningún detalle revelador y fecundo, para que la gozáramos a fondo.
Ya de niño hablaba como un hombre, filósofo genial a quien la cadena y el grillete le exprimieron el talento todavía por madurar; pero tan sólido y vasto, que con la razón y el sufrimiento del presidio le alcanzó para suplir toda la inexperiencia de la edad. A los 16 años Martí ya hablaba en palabras de poeta mayor: “Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor”.
Pero arrastró la deuda consigo; la deuda de hablar de la niñez a los niños, de lo que para ellos descubrió, y tenía que ser precisamente a esa edad, la edad de oro. Anoche, mi niña lloró breve y en silencio un par de veces con mi lectura pausada: por el hijo muerto del pastor, y el verso en que Pilar dio sus zapatos a la niña enferma.
Si hasta en un gesto callado un niño es capaz de decirnos mucho de Martí, ¿qué pudiéramos entonces escribir nosotros, cualesquiera de nosotros?
Empecemos por buscar en Martí algunas de las respuestas que a ratos encuentra mi amigo.
Preguntémosle algo del amor, que sobre eso escribió en torrentes, porque fue un hombre enamorado de todo. Preguntémosle cómo ser hombre plantado y viril, como respondió a Collazo y a otros más que confundieron el tamaño con el carácter. Preguntémosle, incluso, cómo morir por una causa, el ideal de su vida, y se tendrá la respuesta en el hombre de negro sobre un caballo blanco, que salió al combate a hacerse eterno, un día igual a hoy.
Si queremos escribir, preguntémosle al alma, que si algo leímos sabremos hablar de él; porque nada hay peor —ya lo dijo— “que escribir sin el alma o contra ella…”, y Martí va en nuestras almas.