Ángel Rodríguez Álvarez
Eran las 3 y 15 de la tarde del cuatro de marzo de 1960, cuando una 
enorme explosión sacudía a la capital cubana y se escuchaba a decenas de
 kilómetros, en los barrios de su periferia. Instantes después una alta 
columna de humo negro se adueñó de los muelles de la rada habanera. 
Miembros del Cuerpo del Cuerpo de Bomberos, de la Cruz Roja, el 
Ejército Rebelde, la Policía, milicianos, hombres y mujeres se 
movilizaron rápidamente hacía la zona del desastre en auxilio de las 
numerosas víctimas. 
Un espectáculo aterrador se mostraba ante los
 ojos de los que allí acudieron: el buque francés La Coubre había 
explotado cuando se descargaban granadas y municiones destinadas a la 
defensa de la Revolución y su pueblo. 
Treinta minutos más tarde, 
en los momentos en que cientos de personas ayudaban con los cadáveres y a
 los lesionados, una segunda explosión en el mismo barco, aún más 
devastadora, volvía a sacudir los muelles y sus alrededores, provocando 
 un mayor número de fallecidos. 
Hierros retorcidos e 
incandescentes- junto a piernas, brazos y otras partes de cuerpos- caían
 a grandes distancias. Hubo 101 víctimas fatales y 209 heridos, algunos 
con horribles mutilaciones. Entre las pérdidas humanas hubo seis marinos
 franceses, además de los daños materiales ocasionados en centros de 
trabajo y viviendas aledañas. 
En La Coubre venían toneladas de 
granadas antitanques y fusiles FAL con sus municiones, cargadas en 
Amberes, contratadas anteriormente en Bélgica por el gobierno de 
Fulgencio Batista, y no obstante las presiones del Gobierno 
norteamericano fueron enviadas a Cuba. 
Frente al horrible 
genocidio una pregunta se hizo indispensable entonces y hasta hoy: ¿ 
quién o quiénes podían estar interesados en que la Isla no contara con 
esos medios indispensables para su protección ? 
Durante las 
investigaciones realizadas por expertos nacionales y extranjeros fue 
descartada la posibilidad de un accidente, por el tipo de carga, las 
medidas de seguridad en su embalaje, las adoptadas para la descarga y la
 pericia y experiencia de los braceros. Los resultados confirmaron que 
la causa de las explosiones obedeció a un sabotaje preparado en algún 
punto de embarque o de la travesía. 
Todo apunta a EE.UU., tanto 
por su conducta durante las indagaciones como por los antecedentes 
previos a la salida del barco.  Fue comprobado que la administración de 
Washington, encabezada entonces por el presidente Dweigh Eisenhower,  
amenazó a su partner belga para impedir la entrega del armamento. 
En el vapor viajaba sin explicación lógica, un periodista 
norteamericano, quien embarcó en Le Havre y se dirigía a Omaha, en 
Estados Unidos. La nave, además, hizo escala en Miami sin justificación 
conocida 
A pesar de que Francia y Bélgica, aliados europeos de la
 Casa Blanca, pidieron colaboración a ese país para investigar el 
siniestro, apenas recibieron apoyo y muchas preguntas quedaron sin 
respuesta. Buzos estadounidenses participaron en el reflote de la 
embarcación, más nada resultó informado. Hasta hoy ningún documento ha 
sido desclasificado por las autoridades norteñas. 
El día cinco de
 marzo ocurrió el sepelio, el más grande y multitudinario realizado en 
el país. El Comandante en Jefe Fidel Castro despidió el duelo y subrayó,
 que no podía haber otro culpable del crimen que el imperialismo yanqui,
 y al termino de sus encendidas palabras concibió el lema irrenunciable 
que, desde entonces y hasta hoy, encabeza la decisión popular:  ¡Patria o
 Muerte! 
Tomado de la AIN
 
 
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