Autor: Pedro Antonio García | internet@granma.cu
Aproximadamente a las tres de la tarde del 13 de
marzo de 1957, un camión se estacionó en el callejón sin salida que nace
donde convergen las calles 21 y 24, en el Vedado. Del edificio aledaño,
descendieron las escaleras, de dos en dos, un grupo de jóvenes y
entraron al vehículo. Otros, encabezados por Carlos Gutiérrez Menoyo y
Faure Chomón, se encaminaron hacia los automóviles parqueados en la
zona. El convoy enrumbó por 21 y tras doblar en la calle 26, siguió por
17.
En un sótano ubicado en la calle 19 entre B y C, en el mismo barrio
capitalino, el presidente de la FEU, José Antonio Echeverría, tal vez
pensaba en lo que había escrito unas horas antes y que hoy conocemos
como su Testamento Político: “Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba
quedó fijado en la carta de México, que unió a la juventud en una
conducta y una acción […] Creemos que ha llegado el momento de
cumplirlo”.
Junto con Fructuoso Rodríguez y otros combatientes abandonó el lugar
y en automóvil, se dirigió hacia Radio Reloj. Pistola en mano, entró
en la cabina de transmisión y conminó al locutor a leer los partes
confeccionados previamente por el Directorio Revolucionario, que
anunciaban el asalto al Palacio Presidencial. Minutos después se oyó en
toda Cuba su voz: “Pueblo de Cuba… En estos momentos acaba de ser
ajusticiado revolucionariamente el dictador Fulgencio Batista. En su
propia madriguera del Palacio Presidencial, el pueblo de Cuba ha ido a
ajustarle cuentas...”.
Entretanto, el otro comando llegaba a la entrada principal del
Palacio Presidencial. Carlos Gutiérrez descendió de su carro y con un
movimiento tan rápido que desconcertó a la posta, la neutralizó. Al
frente de un grupo, llegó hasta el Salón de los Espejos, pero el
dictador no se hallaba en su despacho.
José Antonio y sus compañeros partieron de Radio Reloj hacia la
Universidad. El Presidente de la FEU quería reunir al grupo que lo
esperaba en la Casa de Altos Estudios y junto con el grupo de apoyo,
acuartelado en un lugar de la ciudad, cuyo jefe evidentemente
titubeaba, marchar hacia Palacio. Pero el auto donde iba chocó con
un patrullero. José Antonio enfrentó a los patrulleros. Varios
disparos impactaron su cuerpo y lo hicieron caer al piso. Se incorporó
para seguir tirando. Una ráfaga lo fulminó.
En Palacio, las fuerzas de la tiranía se reorganizaron y comenzaron a
repeler el ataque. La situación de los revolucionarios se tornó
precaria ante la carencia de parque y la ausencia del programado grupo
de apoyo, que nunca apareció. Carlos Gutiérrez cayó mortalmente herido.
José Machado, Machadito, comprendió que el asalto había fracasado y
asumió la responsabilidad de ordenar retirada. Ya fuera del recinto, al
comprobar que su amigo Juan Pedro Carbó estaba extraviado, volvió a
entrar y logró rescatarlo.
Según ha declarado Faure Chomón, si José Antonio no hubiera caído en
combate, su presencia en Palacio “habría cambiado la situación. Su
prestigio revolucionario habría convocado a todas las fuerzas dispersas
por los alrededores, empujado a los indecisos o impulsándolos para
rescatar el camión con las armas para la operación de apoyo. Hoy
estaríamos recordando otra más grande batalla que la que dio aquel 13 de
marzo”.
En su Testamento Político, José Antonio afirmaba: “Si caemos, que
nuestra sangre señale el camino de la libertad. Porque, tenga o no
nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos
hará adelantar en la senda del triunfo. Pero es la acción del pueblo la
que será decisiva para alcanzarlo.
Y así fue. Jóvenes de la ciudad y el campo se integraron a la
insurrección. El Directorio Revolucionario, que José Antonio fundó como
brazo armado de la FEU, organizó guerrillas en el centro del país y con
la llegada allí del Che y Camilo, se puso bajo las órdenes del
Guerrillero Heroico y con sus hermanos de la Sierra Maestra, libraron
batallas decisivas como la de Santa Clara. En menos de 21 meses la
tiranía cayó descabezada y el pueblo en el poder comenzó a guiar los
destinos de Cuba.
Tomado de Granma
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