Escrito por Yuris Nórido y Claudia Padrón Cueto / CubaSí
Ninguna sociedad escapa de la mendicidad. En Cuba, como en todas partes, la práctica está asociada a los problemas económicos… pero también puede llegar a ser una “ocupación” rentable.
En su artículo sobre la mendicidad, la enciclopedia colaborativa
Wikipedia explica que el fenómeno “es común a todos los países,
sociedades y economías, (y) puede llegar a alcanzar un grado cruento en
el Tercer Mundo. La desigualdad social, el desempleo, explotación
laboral, diversos accidentes, inmigraciones, la avanzada edad, el
vagabundeo y auto-abandono, o incluso la negativa a recibir ayuda, son
algunos de los motivos más frecuentes”.
Obviamente, Cuba no
escapa de esa circunstancia. Aunque la mayor incidencia de esa práctica
en las calles, centros comerciales u otros lugares públicos se evidenció
sobre todo después de la crisis económica de los noventa. Década que se
ha establecido como punto de partida imprescindible en un número
considerable de estudios sobre desigualdades sociales.
Siempre
hubo mendigos, por supuesto, sobre todo en las grandes ciudades, pero
su cantidad aumentó en los últimos años. Con la disminución de la
capacidad adquisitiva del dinero, las pensiones y salarios resultaron
insuficientes. Y el sistema de instituciones asistenciales —albergues,
asilos para ancianos— sufrieron también un importante menoscabo.
El
Estado ha tenido y conserva el peso fundamental en la dirección de la
vida socioeconómica, incluyendo la atención a los sectores poblacionales
más vulnerables. La pretensión de no dejar a nadie a su suerte,
particularmente a los que carecen de suficientes medios de
supervivencia, es una política nacional. Pero es difícil garantizar la
excelencia de los servicios asistenciales para todos, especialmente en
este contexto del envejecimiento sostenido de la población.
Para muchos ancianos sin apoyo filial es particularmente complicado
garantizar su sustento. Las pensiones, oscilantes entre 200 pesos para
los jubilados y 140 para los asistenciados, son insuficientes. Algunos
deciden trabajar (es notable la cantidad de vendedores ambulantes de
maní y artículos menores); otros optan por pedir dinero. Lo ideal sería
que los ancianos con insuficientes recursos ingresaran en residencias
especializadas. Sin embargo estos centros, muchas veces, no reúnen todas
las condiciones (las capacidades de los mejores son restringidas) y el
ingreso a ellos es limitado. Cuestión que debería valorarse pues hay
ancianos que, a pesar de convivir con su familia, lo hacen en
condiciones de pobreza y abandono. Y pueden necesitar el acceso a estas
instituciones tanto o más, que otros sin amparo filial. Por otra parte
no todos los potenciales beneficiarios aceptan vivir en ellos.
Otra arista son las personas con incapacidades físicas y mentales, muchos de ellos también con avanzada edad o sin familias que contribuyan a su manutención. Existe un sistema nacional de centros de salud que en buena medida pudiera acoger a los enfermos. No obstante la realidad tiene más matices: algunos escapan, otros prefieren conservar su relativa independencia… y no siempre es posible ofrecerles un servicio individualizado a cada uno.
En este aspecto reviste gran importancia la labor de los trabajadores sociales (que a todas luces no alcanzan para solventar todos los casos), pero la tendencia en el país no es orientar la solución hacia las instituciones sino hacia las familias, por lo que es imprescindible el compromiso de estas o de amigos cercanos. Algo está claro: si falta la familia, si nadie puede responsabilizarse con el cuidado de esas personas, el Estado tendría que asumir esa responsabilidad. Resulta, de cualquier manera, un arduo reto. Entonces es preciso articular mejor estas tareas para que la ayuda llegue con efectividad, sobre todo en los municipios de Centro Habana, Plaza y Habana Vieja donde se ubican los mayores índices.
La Dirección Provincial de Trabajo coordina las estrategias de diagnóstico, atención y seguimiento de los casos con Fiscalía, Salud y Vivienda. De ahí se trazan las actividades para dictaminar quiénes sufren trastornos psiquiátricos, tienen derecho a propiedades legales o son alcohólicos. Este último trastorno ha tenido un significativo incremento en los últimos tiempos; y a pesar de que el tratamiento de desintoxicación está disponible y es gratuito, cabe recordar, que este es voluntario y solo puede aplicarse si el paciente lo acepta.
Otra de las alternativas que aplica la provincia para aliviar dicha situación es la recogida de lunes a sábado de deambulantes, quienes tienen a su disposición un albergue donde se les satisface al menos las condiciones más básicas, pero los presuntos beneficiaros muchas veces prefieren estar en las calles.
Y por último —y es lo más lamentable— algunas familias deciden (o incluso, se ven en la necesidad de) enviar a algunos de sus miembros con capacidades disminuidas a mendigar, para que contribuyan a la economía doméstica. Sin contar a los padres que mandan a sus propios hijos o aprueban ese comportamiento. Práctica que y es más común en lugares donde hay afluencia de turistas como en la parte más antigua de la ciudad.
Y no pocas veces, en calles y plazas, pueden verse individuos con ostensibles capacidades para el trabajo asumiendo la mendicidad como estilo de vida. Para hablar con propiedad, el número de deambulantes jóvenes y aptos para laborar es casi igual al de personas incapacitadas para hacerlo. Porque, hay que decirlo, en Cuba mendigar también puede ser un buen negocio.
Otra arista son las personas con incapacidades físicas y mentales, muchos de ellos también con avanzada edad o sin familias que contribuyan a su manutención. Existe un sistema nacional de centros de salud que en buena medida pudiera acoger a los enfermos. No obstante la realidad tiene más matices: algunos escapan, otros prefieren conservar su relativa independencia… y no siempre es posible ofrecerles un servicio individualizado a cada uno.
En este aspecto reviste gran importancia la labor de los trabajadores sociales (que a todas luces no alcanzan para solventar todos los casos), pero la tendencia en el país no es orientar la solución hacia las instituciones sino hacia las familias, por lo que es imprescindible el compromiso de estas o de amigos cercanos. Algo está claro: si falta la familia, si nadie puede responsabilizarse con el cuidado de esas personas, el Estado tendría que asumir esa responsabilidad. Resulta, de cualquier manera, un arduo reto. Entonces es preciso articular mejor estas tareas para que la ayuda llegue con efectividad, sobre todo en los municipios de Centro Habana, Plaza y Habana Vieja donde se ubican los mayores índices.
La Dirección Provincial de Trabajo coordina las estrategias de diagnóstico, atención y seguimiento de los casos con Fiscalía, Salud y Vivienda. De ahí se trazan las actividades para dictaminar quiénes sufren trastornos psiquiátricos, tienen derecho a propiedades legales o son alcohólicos. Este último trastorno ha tenido un significativo incremento en los últimos tiempos; y a pesar de que el tratamiento de desintoxicación está disponible y es gratuito, cabe recordar, que este es voluntario y solo puede aplicarse si el paciente lo acepta.
Otra de las alternativas que aplica la provincia para aliviar dicha situación es la recogida de lunes a sábado de deambulantes, quienes tienen a su disposición un albergue donde se les satisface al menos las condiciones más básicas, pero los presuntos beneficiaros muchas veces prefieren estar en las calles.
Y por último —y es lo más lamentable— algunas familias deciden (o incluso, se ven en la necesidad de) enviar a algunos de sus miembros con capacidades disminuidas a mendigar, para que contribuyan a la economía doméstica. Sin contar a los padres que mandan a sus propios hijos o aprueban ese comportamiento. Práctica que y es más común en lugares donde hay afluencia de turistas como en la parte más antigua de la ciudad.
Y no pocas veces, en calles y plazas, pueden verse individuos con ostensibles capacidades para el trabajo asumiendo la mendicidad como estilo de vida. Para hablar con propiedad, el número de deambulantes jóvenes y aptos para laborar es casi igual al de personas incapacitadas para hacerlo. Porque, hay que decirlo, en Cuba mendigar también puede ser un buen negocio.
Más que un humilde trabajador
Es cuestión
de sacar la cuenta: a veces un mendigo puede ganar más dinero que
cualquier trabajador en Cuba. Un ejemplo: los que piden monedas en las
intersecciones de calles importantes de La Habana. Cuando los carros de
alquiler se detienen ante los semáforos, algunas personas suelen abordar
a los choferes y pasajeros para que les den monedas. Nadie en Cuba da
(ni pide) centavos, el monto mínimo suele ser un peso.
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