terça-feira, 17 de março de 2015

En Cuba "mendigar" también puede ser un negocio


Escrito por  Yuris Nórido y Claudia Padrón Cueto / CubaSí     
Ninguna sociedad escapa de la mendicidad. En Cuba, como en todas partes, la práctica está asociada a los problemas económicos… pero también puede llegar a ser una “ocupación” rentable.


En su artículo sobre la mendicidad, la enciclopedia colaborativa Wikipedia explica que el fenómeno “es común a todos los países, sociedades y economías, (y) puede llegar a alcanzar un grado cruento en el Tercer Mundo. La desigualdad social, el desempleo, explotación laboral, diversos accidentes, inmigraciones, la avanzada edad, el vagabundeo y auto-abandono, o incluso la negativa a recibir ayuda, son algunos de los motivos más frecuentes”.

Obviamente, Cuba no escapa de esa circunstancia. Aunque la mayor incidencia de esa práctica en las calles, centros comerciales u otros lugares públicos se evidenció sobre todo después de la crisis económica de los noventa. Década que se ha establecido como punto de partida imprescindible en un número considerable de estudios sobre desigualdades sociales. 

Siempre hubo mendigos, por supuesto, sobre todo en las grandes ciudades, pero su cantidad aumentó en los últimos años. Con la disminución de la capacidad adquisitiva del dinero, las pensiones y salarios resultaron insuficientes. Y el sistema de instituciones asistenciales —albergues, asilos para ancianos— sufrieron también un importante menoscabo.

El Estado ha tenido y conserva el peso fundamental en la dirección de la vida socioeconómica, incluyendo la atención a los sectores poblacionales más vulnerables. La pretensión de no dejar a nadie a su suerte, particularmente a los que carecen de suficientes medios de supervivencia, es una política nacional. Pero es difícil garantizar la excelencia de los servicios asistenciales para todos, especialmente en este contexto del envejecimiento sostenido de la población.

Para muchos ancianos sin apoyo filial es particularmente complicado garantizar su sustento. Las pensiones, oscilantes entre 200 pesos para los jubilados  y 140 para los asistenciados, son insuficientes. Algunos deciden trabajar (es notable la cantidad de vendedores ambulantes de maní y artículos menores); otros optan por pedir dinero. Lo ideal sería que los ancianos con insuficientes recursos ingresaran en residencias especializadas. Sin embargo estos centros, muchas veces, no reúnen todas las condiciones (las capacidades de los mejores son restringidas) y el ingreso a ellos es limitado. Cuestión que debería valorarse pues hay ancianos que, a pesar de convivir con su familia, lo hacen en condiciones de pobreza y abandono. Y pueden necesitar el acceso a estas instituciones tanto o más, que otros sin amparo filial. Por otra parte no todos los potenciales beneficiarios aceptan vivir en ellos.

Otra arista son las personas con incapacidades físicas y mentales, muchos de ellos también con avanzada edad o sin familias que contribuyan a su manutención. Existe un sistema nacional de centros de salud que en buena medida pudiera acoger a los enfermos. No obstante la realidad tiene más matices: algunos escapan, otros prefieren conservar su relativa independencia… y no siempre es posible ofrecerles un servicio individualizado a cada uno.

En este aspecto reviste gran importancia la labor de los trabajadores sociales (que a todas luces no alcanzan para solventar todos los casos),  pero la tendencia en el país no es orientar la solución hacia las instituciones sino hacia las familias, por lo que es imprescindible el compromiso de estas o de amigos cercanos. Algo está claro: si falta la familia, si nadie puede responsabilizarse con el cuidado de esas personas, el Estado tendría que asumir esa responsabilidad. Resulta, de cualquier manera, un arduo reto. Entonces es preciso articular mejor  estas tareas para que la ayuda llegue con efectividad, sobre todo en los municipios de Centro Habana, Plaza y Habana Vieja donde se ubican los mayores índices.

La Dirección Provincial de Trabajo coordina las estrategias de diagnóstico, atención y seguimiento de los casos con Fiscalía, Salud y Vivienda. De ahí se trazan las actividades para dictaminar quiénes sufren trastornos psiquiátricos, tienen derecho a propiedades legales o son alcohólicos. Este último trastorno ha tenido un significativo incremento en los últimos tiempos; y a pesar de que el tratamiento de desintoxicación está disponible y es gratuito, cabe recordar,  que este es voluntario y solo puede aplicarse si el paciente lo acepta.

Otra de las alternativas que aplica la provincia para aliviar dicha situación es la recogida de lunes a sábado de deambulantes, quienes tienen a su disposición un albergue donde se les satisface al menos las condiciones más básicas, pero los presuntos beneficiaros muchas veces prefieren estar en las calles.

Y por último —y es lo más lamentable— algunas familias deciden (o incluso, se ven en la necesidad de) enviar a algunos de sus miembros con capacidades disminuidas a mendigar, para que contribuyan a la economía doméstica. Sin contar a los padres que mandan a sus propios hijos o aprueban ese comportamiento. Práctica que y es más común en lugares donde hay afluencia de turistas como en la parte más antigua de la ciudad.

Y no pocas veces, en calles y plazas, pueden verse individuos con ostensibles capacidades para el trabajo asumiendo la mendicidad como estilo de vida. Para hablar con propiedad, el número de deambulantes jóvenes y aptos para laborar es casi igual al de personas incapacitadas para hacerlo. Porque, hay que decirlo, en Cuba mendigar también puede ser un buen negocio.

Más que un humilde trabajador

Es cuestión de sacar la cuenta: a veces un mendigo puede ganar más dinero que cualquier trabajador en Cuba. Un ejemplo: los que piden monedas en las intersecciones de calles importantes de La Habana. Cuando los carros de alquiler se detienen ante los semáforos, algunas personas suelen abordar a los choferes y pasajeros para que les den monedas. Nadie en Cuba da (ni pide) centavos, el monto mínimo suele ser un peso. 

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