Jorge Gómez Barata
“…Cuando despertaron, el bloqueo ya
no estaba…”
El
bloqueo norteamericano pudo haber llevado a Cuba a la Edad de Piedra. El hecho
de no haberlo conseguido, no disminuye el impacto.
No
recuerdo el momento que reparé en los efectos no económicos y en las
consecuencias culturales del bloqueo norteamericano que, junto a otros
componentes políticos y militares, sostenidos por más de medio siglo, tuvo un
doble efecto: aisló a la sociedad cubana, a sus líderes, profesionales,
intelectuales y académicos de su entorno natural formado por Estados Unidos,
América Latina y Europa Occidental, y la empujó a otro, representado por la
Unión Soviética que, aunque generoso, era desconocido, enigmático y en muchos
sentidos atrasado.
En
el siglo XVIII comenzó un proceso que duró alrededor de doscientos años, en el
cual, económica, comercial, financiera, tecnológica y luego políticamente, Cuba
se convirtió en una dependencia de los Estados Unidos. El hecho, que tuvo de
positivo la integración de la isla a circuitos económicos, técnicos y
culturales avanzados, tuvo también consecuencias desastrosas cuando en 1960 se
estableció el bloqueo, y se cortaron todos los lazos.
Entre
otras cosas, en unos diez años Cuba fue obligada a sustituir su equipamiento
industrial, el transporte (automotor, ferroviario, aéreo y marítimo), la
maquinaria agrícola y para las construcciones, la base energética, las
comunicaciones nacionales e internacionales, incluyendo la telefonía, así como
transmisores y millones de receptores de radio y televisión. La reconversión
obligó a la sustitución de las normas y los instrumentos de pesas y medidas, y
a introducir nuevas maquinarias de impresión y equipos de oficina.
El
cambio, que no pudo impedir una vasta labor educacional y una genuina
revolución cultural, fue tan drástico que incluyó muchos textos escolares, y el
equipamiento de los laboratorios de las universidades y centros de
investigación. La transformación afectó incluso a las herramientas de mano. La
llave que aprieta una tuerca norteamericana, no servía para aflojar una
soviética.
En
esa forzada y gigantesca reconversión tecnológica, que coincidió con la
transformación del sistema social y el paso a la economía estatal, modificó las
formas de dirección de la sociedad, las técnicas de administración y los
mecanismos de toma de decisiones, y se sustituyó todo el equipamiento de un
país medianamente desarrollado, por otro más atrasado. Con esa tecnología se
emprendió el desarrollo, en lo cual se invirtió el equivalente a decenas de
miles de millones de dólares.
Está
por investigar el impacto cultural de esas y otras acciones. La Habana es la
única capital del mundo donde desde hace más de 50 años no circula ninguna
publicación occidental, y desde hace veinte, ninguna extranjera. Novedades de
Moscú y Sputnik fueron las últimas. Se trata de una urbe donde aún la población
no tiene acceso expedito a INTERNET.
En
medio siglo, por razones económicas y políticas, apenas se han importado libros
y divulgado ensayos extranjeros de economía, filosofía, sociología, historia y
otras ciencias sociales. Durante 30 años la carencia y el vacío cultural fue
suplido principalmente por esfuerzos nacionales, manuales y otros títulos
soviéticos, y obras de Carlos Marx, Federico Engels y Lenin.
En
ese período, en las universidades cubanas se formaron alrededor de diez
generaciones de profesionales e intelectuales, que arrastran un déficit
cultural que, al no existir puntos de comparación, el propio bloqueo impide
aquilatar.
Un
detalle no carente de importancia es el desconocimiento que presumiblemente
tienen los empresarios y operadores económicos cubanos de las modernas
corporaciones trasnacionales y norteamericanas, y de su modo de operar, en lo
cual no sólo los chinos y los vietnamitas, sino los latinoamericanos y los
cubanos residentes en Estados Unidos pudieran ayudar.
La
tarea de superar el bloqueo no terminará cuando, al fin, el sacrosanto y
todopoderoso Congreso de los Estados Unidos decida levantarlo, sino que ahí
comienza. Lo primero será desalambrar y estudiar.
La
última vez que tuvimos en Cuba una firma, planta industrial, o comercio
norteamericano fue hace más de 50 años. A los ritmos de hoy es demasiado
tiempo. Con ese hándicap llegamos al mundo corporativo del siglo XXI. No hay
temor. De peores hemos salido. El desbloqueo no será peor que el bloqueo. La
idea de que para sacar un clavo se necesita otro, la introdujo un vendedor de
clavos. Allá nos vemos.
La
Habana, 03 de marzo de 2015
Tomado de Moncada
Nenhum comentário:
Postar um comentário