segunda-feira, 7 de julho de 2014

Mario Coyula: El adios a un arquitecto


 
 Por Yamilé Aliaga Naranjo
 
La muerte es la ironía de la vida. Sorprende sin remordimientos y pocas veces se espera. Este lunes, como casi siempre, llego inoportuna. La madrugada del primer día de la semana, trajo la noticia del fallecimiento en La Habana, víctima de cáncer, del Premio Nacional de Arquitectura, Mario Coyula.
 
Hoy, la capital cubana, ciudad donde nació y que además le reservó sus últimos días en el cariño, la admiración y el respeto de todo el pueblo cubano, se despide del gran arquitecto y urbanista, pensador y escritor por naturaleza propia, que nos deja el recuerdo de todas las transformaciones acaecidas en la urbe durante la segunda mitad del siglo XX.
 
Andador inequívoco del tiempo, amante de la realidad que lo rodea, Mario Coyula fue de esos hombres que viven en dos mundos y que escapan de todo menos de sí mismos. Él supo sobrevivir en tiempos difíciles en los que, como dijo el afamado físico Albert Einstein, la creatividad es más importante que la inteligência.
 
Por los libros y las UNIVERSIDADES anda el ensayista, y el profesor de gran prestigio, el artífice de una apreciable obra que queda grabada en el recuerdo de todos aquellos que lo conocieron y pudieron disfrutar y aprender de su sapiencia infinita.
 
Con la sencillez de los seres comunes, Coyula visitó muchos países, y además fue profesor visitante de la universidad de Harvard, en Estados Unidos y la Universidad de Artes aplicadas de Viena, en Austria, entre otros centros de renombre internacional. Sin embargo, su personalidad escapa a todos sus premios nacionales y extranjeros hacia una trayectoria que se sale por sí sola de los almanaques y es tan extensa como difícil de atrapar.
 
Mario Coyula no queda en las páginas del olvido. Camina por las calles de La Habana. Está sentado en algún parque o en la esquina de cualquier reparto, donde como él mismo dijera, aparecen muchas Habanas distintas, desde donde se descubren cada días cosas nuevas.
 
Una Habana que lo espera al doblar de la esquina, como la novia perenne que camina sujeta de su brazo. Como una ciudad madre, que sabe que despide a uno de sus más ilustres hijos.
 
 

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