Foto tomada de Internet |
Jorge Gómez Barata
La emigración es una de las consecuencias más significativas del proceso revolucionario, un fenómeno nacional cuyos efectos políticos, sociales económicos y culturales son estratégicos, imposibles de subestimar ni evadir. El impacto de los emigrados en la política y la economía cubana comenzó siendo devastador para transformarse en una relación políticamente decisiva, socialmente positiva y económicamente lucrativa.
Según datos y estimados, sumados todos los conceptos: remesas en efectivo + paquetes + costos consulares + pasajes + gastos durante la visita al país + impuestos aduaneros + financiamiento de los viajes familiares de la isla al extranjero + regalos que traen al regreso. El total supera holgadamente los 5000 millones de dólares anuales que significan un importante aporte al PIB y convierten a esta área en la más lucrativa de las actividades económicas cubanas, entre otras cosas, porque producir esos ingresos apenas cuesta.
A los argumentos económicos habría que añadir que el país gana dinero, proveyendo felicidad a sus nacionales, tanto residentes en la isla como en el exterior. Nada alegra más a un emigrado que visitar a sus familiares en Cuba, y reencontrarse con su tierra y sus raíces; sentimiento reciprocado por quienes los reciben, y que se expresan también cuando los nativos viajan para encontrarse con sus parientes y, de paso, conocer otros países. La gente es feliz cuando ofrece y recibe ayuda.
En el caso de Estados Unidos existe un argumento todavía más importante, y es que, como quiera que se analice, el elemento más influyente en la normalización de las relaciones de ese país con Cuba es la emigración. Por encina de elucubraciones, la experiencia enseña que ningún presidente o Congreso actuarán contra la opinión mayoritaria de la colonia cubana.
Al matizar su enfoque Obama, Hillary Clinton, y otros jerarcas políticos, no han cambiado a la emigración cubana, sino que es al revés: la emigración los ha cambiado a ellos. Convertir a la emigración de adversaria en aliada o compañera de viaje en la lucha contra el bloqueo y por la normalización, sin intentar comprometerla en asuntos circunstanciales, es anotarse una quiniela.
Una lógica política elemental, y un cálculo económico sensato, indican que un área tan sensible, y una relación ventajosa, deberían recibir la máxima prioridad, y ser conducidos al máximo nivel. Nada beneficia más a la política y a la economía cubana que la ampliación y diversificación de las relaciones con la emigración, un área donde los resultados se perciben y se cosechan rápidamente.
Sin embargo; desde hace años no se conocen iniciativas sustantivas en esa dirección, y lo que es peor, a veces ocurre lo contrario. Los costos del pasaporte, las legislaciones aduaneras, y el gravamen al dólar son desestimulantes antológicos. La Ley de Inversión Extranjera recientemente aprobada no incluyó iniciativas creadoras o audaces respecto a la participación del capital emigrado en los procesos económicos nacionales, y la labor de influencia política en aquella masa carece de imaginación.
Seria pretencioso aconsejar a los que saben, aunque opinar se puede. Tal vez es el momento de que las máximas instancias intenten un balance, no tanto de la política que parece básicamente correcta, sino del modo cómo se opera. La idea es desempolvar. La paternidad de la expresión pertenece al presidente Raúl Castro. Allá nos vemos.
La Habana, 31 de julio de 2014
Según datos y estimados, sumados todos los conceptos: remesas en efectivo + paquetes + costos consulares + pasajes + gastos durante la visita al país + impuestos aduaneros + financiamiento de los viajes familiares de la isla al extranjero + regalos que traen al regreso. El total supera holgadamente los 5000 millones de dólares anuales que significan un importante aporte al PIB y convierten a esta área en la más lucrativa de las actividades económicas cubanas, entre otras cosas, porque producir esos ingresos apenas cuesta.
A los argumentos económicos habría que añadir que el país gana dinero, proveyendo felicidad a sus nacionales, tanto residentes en la isla como en el exterior. Nada alegra más a un emigrado que visitar a sus familiares en Cuba, y reencontrarse con su tierra y sus raíces; sentimiento reciprocado por quienes los reciben, y que se expresan también cuando los nativos viajan para encontrarse con sus parientes y, de paso, conocer otros países. La gente es feliz cuando ofrece y recibe ayuda.
En el caso de Estados Unidos existe un argumento todavía más importante, y es que, como quiera que se analice, el elemento más influyente en la normalización de las relaciones de ese país con Cuba es la emigración. Por encina de elucubraciones, la experiencia enseña que ningún presidente o Congreso actuarán contra la opinión mayoritaria de la colonia cubana.
Al matizar su enfoque Obama, Hillary Clinton, y otros jerarcas políticos, no han cambiado a la emigración cubana, sino que es al revés: la emigración los ha cambiado a ellos. Convertir a la emigración de adversaria en aliada o compañera de viaje en la lucha contra el bloqueo y por la normalización, sin intentar comprometerla en asuntos circunstanciales, es anotarse una quiniela.
Una lógica política elemental, y un cálculo económico sensato, indican que un área tan sensible, y una relación ventajosa, deberían recibir la máxima prioridad, y ser conducidos al máximo nivel. Nada beneficia más a la política y a la economía cubana que la ampliación y diversificación de las relaciones con la emigración, un área donde los resultados se perciben y se cosechan rápidamente.
Sin embargo; desde hace años no se conocen iniciativas sustantivas en esa dirección, y lo que es peor, a veces ocurre lo contrario. Los costos del pasaporte, las legislaciones aduaneras, y el gravamen al dólar son desestimulantes antológicos. La Ley de Inversión Extranjera recientemente aprobada no incluyó iniciativas creadoras o audaces respecto a la participación del capital emigrado en los procesos económicos nacionales, y la labor de influencia política en aquella masa carece de imaginación.
Seria pretencioso aconsejar a los que saben, aunque opinar se puede. Tal vez es el momento de que las máximas instancias intenten un balance, no tanto de la política que parece básicamente correcta, sino del modo cómo se opera. La idea es desempolvar. La paternidad de la expresión pertenece al presidente Raúl Castro. Allá nos vemos.
La Habana, 31 de julio de 2014
Tomado de Moncada
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