El
ejemplo de coraje y virtud del joven Jefe de Acción y Sabotaje del
Movimiento 26 de Julio, asesinado un 30 de julio, hace 57 años,
estremece y conmueve a todo el pueblo que hoy rinde homenaje a los
mártires de la Patria
Los esbirros de la dictadura batistiana troncharon la vida de Frank cuando estaba dando lo mejor de sí a la Revolución. Foto: Archivo de JR
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SANTIAGO
DE CUBA.—La tarde del 30 de julio de 1957 entró en la historia para ver
la convicción vencer la saña. Justo a las 4:15 p.m., en la estrecha
geografía del céntrico Callejón del Muro, una descarga de 22 plomos
atravesó la espalda de Frank Isaac País García, pretendiendo acribillar
los sueños del joven que supo vivir al compás de su tiempo, el estratega
brillante y jefe de la clandestinidad…
Mas
no pudo la barbarie evitar que la fuerza imantada de aquel muchacho de
mirar profundo y sonrisa franca, continuara conminando a los cubanos,
ahora con más energía, a batallar sin tregua contra la dictadura.
Nacido
en Santiago de Cuba el 7 de diciembre de 1934, en el humilde hogar del
reverendo Francisco País y Rosario García, Frank País tuvo que abrirse a
la vida entre los rigores de la supervivencia.
Maestro
de profunda raíz martiana y ricos recursos pedagógicos, nacidos del
genuino contenido patriótico en todo cuanto impartía, el amor con que
enseñaba, los valores morales y principios en los que educaba a los
niños, los vínculos de amistad y respeto mutuo que estableció con ellos,
Frank País dejó también en sus alumnos una huella inolvidable.
Aquel
hombre que con solo 22 años llegó a ser el ser más odiado y temido por
la tiranía en las calles cubanas, el que comandaba el llano desde el
sabotaje, la agitación, los gallardetes izados, la resistencia cívica,
la prensa clandestina, era también un joven como todos, que adoraba los
helados de vainilla con galleticas, ordenaba sus ideas delante de una
pecera o soñaba a la amada ausente desde una canción: «Ya no estás más a
mi lado, corazón, en el alma solo tengo soledad…».
Por
eso, por sus virtudes humanas y entereza, y porque troncharon su vida
«cuando estaba dando a la Revolución lo mejor de sí mismo», después del
aciago atardecer del 30 de julio, Santiago, el Oriente todo, pararon
espontáneamente de emoción.
Los
esbirros que balearon a Frank junto a Raúl Pujol sabían perfectamente
quiénes eran. Por esa certeza intentaron callar sus muertes y
trasladaron los cadáveres al cementerio Santa Ifigenia, donde, con el
mayor sigilo, pretendían inhumarlos en un profundo hueco para silenciar
definitivamente su espíritu de luchadores inclaudicables.
Pero
antes de que las bestias consumaran su orgía, un grupo de mujeres
santiagueras, dignas de la estirpe de Mariana Grajales, y con Doña
Rosario al frente, llegó al cementerio.
Frank
no era el primer hijo que entregaba a la causa justa de los cubanos.
Antes había caído el menor de ellos: Josué, a quien lloró con profundo
dolor de madre. Pero esa sentida pérdida no impidió en modo alguno que
continuara alentando y apoyando a Frank, el primogénito, en el camino
que él mismo había elegido y en cuya elección ella había tenido mucho
que ver.
Así
pues, reclamando sus derechos de madre, doña Rosario se personó en el
cementerio. Ante el temor por la exigencia de las mujeres, los monstruos
les entregaron los cadáveres ensangrentados. La Doña abrazó fuertemente
el de su hijo y lo trasladó de inmediato a su casa.
Dos
horas estuvo el cadáver de Frank tendido en la casa de doña Rosario;
luego, a solicitud del Movimiento, y en simbólico gesto de amor, fue
conducido a la casa de su novia América Domitro.
Veinte
cuadras de personas en apretada marcha, enardecidas de rabia y dolor,
le acompañarían hasta la necrópolis local. Era el homenaje del pueblo a
su existencia fecunda y sencilla, austera y excelsa, esa que le
convierte, 57 años después de su muerte, en semilla y luz de todos los
tiempos.
Tomado de Juventud Rebelde
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