sábado, 7 de junho de 2014

Opinión. Brasil, fútbol y protestas



Ignacio Ramonet

Le Monde Diplomatique - Junio de 2014


 Es poco probable que los brasileños obedezcan a la procaz consigna que lanzó Michel Platini –otrora gran futbolista y hoy politiquero presidente de la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA)– el pasado 26 de abril: “Hagan un esfuerzo, déjense de estallidos sociales y cálmense durante un mes” (1).

La Copa Mundial de Fútbol comienza en São Paulo el 12 de junio para concluir el 13 de julio en Río de Janeiro. Y hay efectivamente preocupación. No sólo en las instancias internacionales del deporte sino también en el propio Gobierno de Dilma Rousseff, por las protestas que podrían intensificarse durante el evento deportivo. El rechazo al Mundial por parte de la población ha seguido expresándose desde junio del año pasado, cuando empezó todo con ocasión de la Copa Confederaciones. La mayoría de los brasileños afirman que no volverían a postular a Brasil como sede de un Mundial. Piensan que causará más daños que beneficios (2).

¿Por qué tanto repudio contra la fiesta suprema del balompié en el país considerado como la meca del fútbol? Desde hace un año, sociólogos y politólogos tratan de responder a esta pregunta partiendo de una constatación: en los últimos once años –o sea, desde que gobierna el Partido de los Trabajadores (PT)– el nivel de vida de los brasileños ha progresado significativamente. Los aumentos sucesivos del salario mínimo han conseguido mejorar de forma sustancial los ingresos de los más pobres. Gracias a programas como “Bolsa Familia” o “Brasil sin miseria”, las clases modestas han visto mejorar sus condiciones de vida. Veinte millones de personas han salido de la pobreza. Las clases medias también han progresado y ahora tienen la posibilidad de acceder a planes de salud, tarjetas de crédito, vivienda propia, vehículo privado, vacaciones... Pero aún falta mucho para que Brasil sea un país menos injusto y con condiciones materiales dignas para todos, porque las desigualdades siguen siendo abismales.

Al no disponer de mayoría política –ni en la Cámara de diputados ni en el Senado–, el margen de maniobra del PT siempre ha sido muy limitado. Para lograr los avances en la distribución de los ingresos, los gobernantes del PT –y en primer lugar el propio Lula– no tuvieron más remedio que aliarse con otros partidos conservadores (3). Esto ha creado cierto vacío de representación y una parálisis política en el sentido de que el PT, a cambio, ha tenido que frenar toda contestación social.

De ahí que los ciudadanos descontentos se pongan a cuestionar el funcionamiento de la democracia brasileña. Sobre todo cuando las políticas sociales comienzan a mostrar sus límites. Pues, al mismo tiempo, se produce una “crisis de madurez” de la sociedad. Al salir de la pobreza, muchos brasileños pasaron de la exigencia cuantitativa (más empleos, más escuelas, más hospitales) a una exigencia cualitativa (mejor empleo, mejor escuela, mejor servicio hospitalario).
 
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