sábado, 21 de junho de 2014

Hambre de pan y justicia


por Frei Betto

Olivier De Schutter, belga de 45 años, terminó este semestre su mandato de seis años como relator de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el derecho a la alimentación. Declaró que si erradicar el hambre en el mundo dependiese de una única decisión optaría por la “generalización de la protección social” que, en los países pobres, representaría menos del 7 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hay 842 millones de personas (el 12 por ciento de la población mundial) en situación de desnutrición crónica. De Schutter cree que ese dato de la FAO está subestimado, pues sólo considera a quienes pasan hambre todo el año y no la carencia temporal. Él estima en mil millones el número de hambrientos crónicos. Y admite que “cometemos el error de apostar demasiado a las ganancias de productividad, sin invertir lo suficiente en la protección y el apoyo a los pequeños agricultores”.

Añade que fracasó la “solución” apuntada por la Organización Mundial de Comercio (OMC): que los países con mayor poder de producción agrícola exporten hacia los países con menor producción. La práctica demostró que eso es mero colonialismo, para reforzar la dependencia de los pobres en relación a los ricos y eliminar la agricultura familiar de los países importadores.

En los últimos 50 años la producción de alimentos aumentó anualmente un 2.1 por ciento, mientras que las víctimas del hambre disminuyeron poco. Los datos de la FAO indican que en 1990 dichas víctimas eran 900 millones.

Está comprobado que no basta con ampliar la producción ni promover la desaceleración demográfica para resolver el problema. Si no hay carencia de alimentos ni exceso de bocas, es obvio que la causa reside en la falta de justicia social.

De Schutter propone un nuevo paradigma en la producción alimentaria favorable a la agricultura familiar y a la agroecología. “No nos planteamos la cuestión de saber si la industrialización de la agricultura era compatible con el respeto a los ecosistemas, y fuimos negligentes en la cuestión de la salud y de la diversidad alimentaria. Son tres dimensiones: justicia social, sustentabilidad ambiental y salud”.

El exrelator de la ONU señala como una de las dificultades la falta de entendimiento entre los gobiernos y la iniciativa privada. De las empresas surgen las decisiones estratégicas, que vinculan al productor con el consumidor. Lo grave, según él, es que “toman decisiones en función de la ganancia prevista, sin que les preocupen mucho las cuestiones de sustentabilidad, desarrollo rural e igualdad en la compensación de los actores.

Hoy día se va acelerando la mercantilización de los productos alimenticios, y de sus fuentes, como la tierra y el agua. “Los consumidores del Norte (del mundo), que quieren carne y biocombustibles, hacen competencia a los del Sur, que quieren la misma tierra y agua para sus necesidades esenciales. Es un problema ético y jurídico”.

El Brasil presume de ser uno de los pioneros en materia de biocombustibles. He aquí lo que afirma De Shutter: “La carrera en la producción de biocombustibles produce tres tipos de impacto: primero, vincula el mercado alimentario al de la energía. Cuanto más sube el precio del petróleo, más rentable se vuelve la producción de biocombustibles, y aumenta más la producción sobre el mercado agrícola.

Segundo, los biocombustibles ejercen presión sobre la tierra arable del Sur. Tercero, el mercado de biocombustibles fomenta la especulación financiera, pues cuando la Unión Europea y los Estados Unidos anuncian metas de producción y consumo de biocombustibles hasta el 2020, están enviándoles un mensaje a los inversionistas: “Independientemente de variaciones, los precios van a continuar subiendo. ¡Especulen!”

De Schutter elogia la preocupación de José Graziano da Silva, exministro de Lula y actual director general de la FAO, en cuanto a los desperdicios en el mundo, que alcanza hoy la cifra de 1/3 de los alimentos producidos, alrededor de 1.300 millones de toneladas por año, lo cual equivale a más de la mitad de todos los cereales cultivados anualmente.

Ahora entiendo por qué mi madre decía cuando, en la infancia, miraba yo sin apetito mi plato de comida: “Come, niño. Hay mucha gente pasando hambre”. Por una cuestión de justicia.

(Tomado de Cubadebate)
Editado por Martha Ríos/ RHC

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