Jorge Gómez Barata
El aislamiento de la Unión Soviética desde el triunfo bolchevique en 1917 hasta 1933, cuando fue reconocida por la administración de Franklin D. Roosevelt, duró 16 años, y el de la República Popular China 23. La cuarentena internacional a que fueron sometidos los dos gigantes del comunismo, es poco más de la mitad de los cincuenta y cinco años que ha durado el bloqueo a Cuba.
En 1949, tras cuatro años después de la capitulación, Estados Unidos cesó la ocupación de Alemania y, en 1952, siete años después del fin de la II Guerra Mundial, firmó un tratado de paz con Japón, hizo las maletas y se marchó.
Los bolcheviques, encabezados por Lenin, Trotski y Stalin, tomaron el poder en una sexta parte del planeta, retaron al capitalismo y se propusieron realizar una revolución mundial, y China sumó al empeño la fuerza formidable de los mil millones de almas del país más poblado de la tierra. Alemania promovió la más grande de las guerras, que involucró a 61 países y ocasionó alrededor de 60 millones de muertos, mientras Japón, además del artero ataque a Pearl Harbor, ocasionó la muerte de unos 50 000 jóvenes estadounidenses.
Con Cuba todo fue diferente y más cruel. Por el legítimo, y humilde empeño de derrocar a un dictador, hacer una reforma agraria y promover el progreso de un pequeño país que optó por el socialismo, ha recibido una sanción desmesurada. Cuando, después de 50 años de absurda contienda un presidente en estado de gracia dice, ¡Basta!, encuentra una inusitada resistencia.
Franklin D. Roosevelt no tuvo la menor dificultad no sólo para reconocer a la URSS, sino para convertir al temible Stalin en su mejor aliado en la II Guerra Mundial; Harry Truman no solo recorrió el camino para el restablecimiento del sistema político y la soberanía de Alemania y Japón, sino que mediante el Plan Marshall, destinó 13 000 millones de dólares en 1947 para la reconstrucción de Europa, incluyendo a sus antiguos archienemigos a los que convirtió en estrechos aliados.
En 1971 Nixon envío a Henry Kissinger a negociar con Zhou Enlay, y un año después él mismo fue a Beijing a reunirse con Mao Zedong, sin que ningún congresista estadounidense se rasgara las vestiduras ni lo considerara traidor.
Eisenhower no fue llamado a explicar por qué firmó con Corea del Norte un armisticio sin victoria, ni Kennedy rindió cuentas por dar luz verde a la invasión de bahía de Cochinos, ni por asumir su responsabilidad en la derrota de aquel desafortunado empeño.
¿Por qué con Cuba es diferente? Al parecer se trata de un enfoque geopolítico que consideró a Cuba más allá de como “vecino predilecto” como un condado norteamericano y cargó contra Fidel Castro, como lo hiciera Lincoln contra los sureños separatistas. La diferencia es que Cuba nunca fue un estado de la Unión, ni los hermanos Castro hicieron la revolución en Hialeah. Allá nos vemos.
La Habana, 23 de febrero de 2015
Tomado de Moncada
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