Creado el Viernes, 09 Octubre 2015 11:45 | Martín A. Corona Jerez | Foto/Archivo
Entre los documentos más importantes de la historia de Cuba ocupa un
lugar prominente el manifiesto leído por Carlos Manuel de Céspedes el 10
de octubre de 1868, al iniciar la primera gesta independentista en el
país.
Es una muestra temprana y contundente de la cultura general,
la experiencia política, los principios humanistas y la valentía
personal del grupo de terratenientes, abogados, poetas, literatos,
periodistas, artistas y soñadores que se atrevió a empezar la era de las
revoluciones en el mayor archipiélago antillano.
Se le cita poco
en la historiografía, tal vez porque todavía hay interesados en
presentar las guerras independentistas como simples estallidos de ira y
sucesiones de rivalidades personales, victorias y derrotas militares, y
no como lo que fueron, formidables contribuciones al desarrollo de las
ideas.
El “Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de
Cuba, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones” no requiere de
muchas explicaciones para ser entendido, y por eso en esta reseña
predominarán las citas textuales.
Denuncia que España gobierna a
Cuba “con un brazo de hierro ensangrentado”, le impide toda libertad
política, civil y religiosa; destierra los hijos de la Isla o los
ejecuta mediante comisiones militares, y les priva del derecho de
reunión.
“Desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos
nuestros sagrados derechos, y que si los conocemos no podemos reclamar
su observancia en ningún terreno”, agrega.
Tras señalar la
desastrosa situación económica de la ínsula, la proclama recuerda que en
innumerables ocasiones la Metropoli ha prometido respetar los derechos
de los cubanos, pero no cumple su palabra.
“Cuando un pueblo llega
al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie
puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan
lleno de oprobio”, afirma.
Después aclara: “No nos extravían
rencores, no nos halagan ambiciones, sólo queremos ser libres e iguales,
como hizo el Creador a todos los hombres.”
En cuanto a principios
políticos, dice: “Creemos que todos los hombres somos iguales, amamos
la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias."
También se pronuncia por “la emancipación gradual y bajo indemnización,
de la esclavitud”, y por “el libre cambio con las naciones amigas que
usen de reciprocidad.”
Plantea que los cubanos desean “la
representación nacional para decretar las leyes e impuestos, y, en
general, demandamos la religiosa observancia de los derechos
imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente”.
El manifiesto es hermoso en la proyección internacional de la
revolución: “Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para
tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos.”
Este documento prueba que el 10 de octubre de 1868, con el Grito de La
Demajagua, cerca de la ciudad de Manzanillo, en la actual provincia de
Granma, empezó una revolución social, por la independencia nacional y
contra la esclavitud, máximas aspiraciones posibles en el momento.
No arrancó entonces una guerra contra España, sino contra el dominio
colonial; no se inició una revuelta política más, sino una revolución
independentista y antiesclavista; no estalló la ira de terratenientes
para defender sus intereses, sino la acción pensada de hombres cultos
que encarnaban las aspiraciones de un pueblo y la dignidad de una
nación.
Tomado de AIN
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