por Guillermo Alvarado
A partir de este viernes, con la apertura oficial de la embajada de
Estados Unidos en Cuba, se cierra la primera fase en el largo y complejo
proceso de acercamiento y normalización de los vínculos bilaterales y
se abre la vía a una nueva etapa donde la prioridad será la lucha por la
eliminación del bloqueo, la devolución del territorio usurpado en la
oriental provincia de Guantánamo y el cese de todo tipo de agresiones
contra el pueblo cubano y su Revolución.
Es verdad que con la apertura de embajadas en las respectivas
capitales es posible establecer nuevas formas de diálogo y de
cooperación en temas sensibles, tanto para los dos países como para
nuestro continente en general.
Cuestiones como la lucha contra el tráfico de drogas y de personas,
el terrorismo, la protección del medio ambiente, la colaboración en
materia de salud e investigación científica y el intercambio académico,
son ahora más plausibles.
Pero, como lo dijo el presidente Raúl Castro en su histórica
alocución del 17 de diciembre de 2014, cuando se anunció el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas, la principal
contradicción entre Cuba y Estados Unidos, el bloqueo económico,
comercial y financiero, aún no se ha resuelto.
Si bien el levantamiento definitivo de esta política agresiva está en
manos del Congreso estadounidense, el presidente Barack Obama puede
hacer uso de sus facultades ejecutivas para modificar sustancialmente
muchas de las medidas.
Obama puede, por ejemplo, permitir que Cuba importe desde terceros
países productos que contengan más de un 10 por ciento de componentes
norteamericanos, y también que se exporte al territorio estadounidense
artículos manufacturados en esos países con materias primas cubanas,
como el níquel o el azúcar. Esto sería un paso importante para
normalizar las reglas del comercio internacional, hoy distorsionadas por
el carácter extraterritorial del bloqueo.
Hay otros aspectos, como la salud, el desarrollo farmacéutico o el
intercambio financiero, que el jefe de la Casa Blanca puede modificar
sin pasar por el organismo legislativo, actualmente en manos del Partido
Republicano.
Otro tema vital es la devolución del territorio ilegalmente ocupado
por la base naval de Guantánamo, una rémora colonial con más de un siglo
de duración.
Expertos militares han dictaminado que ese enclave NO tiene ya ningún
valor estratégico y es muy oneroso, tanto desde el punto de vista
económico como político, sobre todo tras el monumental error de erigir
allí un campo de prisioneros y autorizar el uso de la tortura y otros
tratos degradantes.
Resulta imperativo, asimismo, poner fin a las transmisiones de radio y
televisión contra Cuba y el financiamiento a grupos de mercenarios
disfrazados de opositores.
Como se ve, la tarea es larga y NO es momento de sentarse a
contemplar lo logrado, sino de convocar a todas las fuerzas, internas e
internacionales, y exigir una rectificación a todos los errores
cometidos por Estados Unidos en sus tormentosas relaciones con esta isla
que siempre quiso, y no pudo, ni podrá, apropiarse.
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