Fachada de la embajada de Estados Unidos en Cuba
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los
EE.UU. marca un hito en la política hemisférica. Pero, ¿qué cambia para
los ciudadanos «comunes y corrientes» de este país?
En la flamante Embajada de los Estados Unidos de América en La Habana
ondea hace varios días la bandera de las barras y las estrellas. La
noticia recorrió el mundo. Las grandes televisoras internacionales, los
medios impresos y digitales le dedicaron grandilocuentes titulares.
No era para menos. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos (no puede hablarse todavía de «normalización») marcó un hito en la política del hemisferio.
Después de más de medio siglo de distancia y encontronazos, el gobierno de la mayor potencia del mundo asumió que la confrontación directa no era el camino más adecuado, que no servía a sus intereses nacionales ni —reconocieron— a los del pueblo cubano.
Los «intereses nacionales» del gobierno de los Estados Unidos no coinciden necesariamente con los intereses del pueblo y el gobierno de Cuba. Pero ese no es el tema de este comentario. Convengamos en que la decisión es positiva, pragmática, histórica. Y como afirma el mismísimo Secretario de Estado norteamericano, no es un favor que nos hacen o que hacemos.
Está claro que el acontecimiento constituye un «antes y un después» en las relaciones regionales, en el juego diplomático de este lado del mundo. Algunos periódicos y analistas llegaron a afirmar que había terminado la Guerra Fría en América.
El hecho de que representantes de los dos países se sienten en la misma mesa a discutir diferencias y a buscar soluciones ya es un gran paso de avance, incluso en el caso de que las soluciones tarden.
Hay muchos ámbitos en que los dos países pueden colaborar más efectivamente usando el marco recién estrenado: lucha antidrogas, ayudas a terceros países, protección del medio ambiente y sus recursos, prevención de desastres naturales…
Pero, para la gente «común y corriente», ¿qué ha cambiado después de las ceremonias de izado de las banderas en las respectivas capitales?
En los alrededores de la embajada en La Habana, Marta es tajante: «Muy poco, casi nada». Ella tiene cita en la sede diplomática para gestionar un viaje a los Estados Unidos que le han negado tres veces. «Confío tener suerte ahora. Antes nunca les he parecido idónea, creen que soy una posible emigrante».
—¿Cree que el nuevo contexto le sea propicio?
—Yo no pierdo la esperanza, pero creo que el cuartico está igualito. La misma cola, los mismos trámites, el mismo trabajo para llegar aquí y que te traten con tan poca consideración. Yo me he sentido muy humillada en estas oficinas, pero insisto porque quiero ir a visitar a mi sobrina, a quien crié desde que era una niña. Ojalá que Obama se dé cuenta y cambie las cosas de verdad.
A su lado, Reinaldo, de 40 años, es menos optimista: «Puede que Obama venga a La Habana, pero los modos de ellos no van a cambiar. Estados Unidos tiene relaciones con todos los países de América Latina y en todas las embajadas tratan a los que quieren viajar allá igualito. Para ellos todo el mundo es un posible emigrante».
Marta y Reinaldo parecen conscientes de una circunstancia que al parecer no cambiará a corto o mediano plazo: la política migratoria de los Estados Unidos, en su relación con Cuba, está intacta. Ni siquiera está en la mesa de negociaciones.
Un obstáculo sigue en pie: el bloqueo económico y financiero (el embargo, según el gobierno de los Estados Unidos). El presidente Obama puede modificar algunos aspectos de su aplicación, pero solo el Congreso tiene la autoridad para abolirlo. Y ese, a todas luces, no es un tema prioritario en la agenda del Congreso, ni están creadas ahora mismo las condiciones para tramitar el desmantelamiento de esa política.
En la clausura del más reciente Festival Nacional Aquelarre, un popular humorista bromeaba con la posibilidad de que se pudieran vender McDonald´s en La Habana. Y el reconocido cantautor Virulo vislumbraba en su más reciente disco una venta de Coca Cola «por la libreta».
Son chistes, obviamente, ligados a esa inocente y tan extendida idea de que los estadounidenses pueden resolver de un día para otro los problemas de abastecimiento en la isla. Lo que está claro es que con el bloqueo en pie no habrá McDonald´s en Cuba, y no habrá créditos para importar más productos de los Estados Unidos que no puedan ser comprados en efectivo. Tal y como eran las cosas antes del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países. Como dice Marta: el cuartico está igualito.
Todavía los ciudadanos norteamericanos no pueden viajar libremente a Cuba, así que el tan anunciado boom del turismo no tiene fecha ni concreción inmediata. Una avalancha de turistas estadounidenses sí podría influir —para bien o para mal— en las rutinas de muchos cubanos. Pero el aumento de las visitas todavía no es lo suficientemente impactante. Tiempo al tiempo.
Semanas después de la apertura de embajadas, la cotidianidad de los cubanos no ha experimentado cambios relevantes. Parece, sencillamente, otro collar para el mismo perro.
No se puede minimizar el alcance de las negociaciones por venir, ni subestimar la capacidad ejecutiva de Obama (tampoco se puede asumir que el proceso por la normalización es irreversible), pero no estaría de más reducir expectativas.
De las potencialidades y los retos de estos nuevos nexos todavía hay que escribir. Y ver para escribir.
No era para menos. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos (no puede hablarse todavía de «normalización») marcó un hito en la política del hemisferio.
Después de más de medio siglo de distancia y encontronazos, el gobierno de la mayor potencia del mundo asumió que la confrontación directa no era el camino más adecuado, que no servía a sus intereses nacionales ni —reconocieron— a los del pueblo cubano.
Los «intereses nacionales» del gobierno de los Estados Unidos no coinciden necesariamente con los intereses del pueblo y el gobierno de Cuba. Pero ese no es el tema de este comentario. Convengamos en que la decisión es positiva, pragmática, histórica. Y como afirma el mismísimo Secretario de Estado norteamericano, no es un favor que nos hacen o que hacemos.
Está claro que el acontecimiento constituye un «antes y un después» en las relaciones regionales, en el juego diplomático de este lado del mundo. Algunos periódicos y analistas llegaron a afirmar que había terminado la Guerra Fría en América.
El hecho de que representantes de los dos países se sienten en la misma mesa a discutir diferencias y a buscar soluciones ya es un gran paso de avance, incluso en el caso de que las soluciones tarden.
Hay muchos ámbitos en que los dos países pueden colaborar más efectivamente usando el marco recién estrenado: lucha antidrogas, ayudas a terceros países, protección del medio ambiente y sus recursos, prevención de desastres naturales…
Pero, para la gente «común y corriente», ¿qué ha cambiado después de las ceremonias de izado de las banderas en las respectivas capitales?
En los alrededores de la embajada en La Habana, Marta es tajante: «Muy poco, casi nada». Ella tiene cita en la sede diplomática para gestionar un viaje a los Estados Unidos que le han negado tres veces. «Confío tener suerte ahora. Antes nunca les he parecido idónea, creen que soy una posible emigrante».
—¿Cree que el nuevo contexto le sea propicio?
—Yo no pierdo la esperanza, pero creo que el cuartico está igualito. La misma cola, los mismos trámites, el mismo trabajo para llegar aquí y que te traten con tan poca consideración. Yo me he sentido muy humillada en estas oficinas, pero insisto porque quiero ir a visitar a mi sobrina, a quien crié desde que era una niña. Ojalá que Obama se dé cuenta y cambie las cosas de verdad.
A su lado, Reinaldo, de 40 años, es menos optimista: «Puede que Obama venga a La Habana, pero los modos de ellos no van a cambiar. Estados Unidos tiene relaciones con todos los países de América Latina y en todas las embajadas tratan a los que quieren viajar allá igualito. Para ellos todo el mundo es un posible emigrante».
Marta y Reinaldo parecen conscientes de una circunstancia que al parecer no cambiará a corto o mediano plazo: la política migratoria de los Estados Unidos, en su relación con Cuba, está intacta. Ni siquiera está en la mesa de negociaciones.
Un obstáculo sigue en pie: el bloqueo económico y financiero (el embargo, según el gobierno de los Estados Unidos). El presidente Obama puede modificar algunos aspectos de su aplicación, pero solo el Congreso tiene la autoridad para abolirlo. Y ese, a todas luces, no es un tema prioritario en la agenda del Congreso, ni están creadas ahora mismo las condiciones para tramitar el desmantelamiento de esa política.
En la clausura del más reciente Festival Nacional Aquelarre, un popular humorista bromeaba con la posibilidad de que se pudieran vender McDonald´s en La Habana. Y el reconocido cantautor Virulo vislumbraba en su más reciente disco una venta de Coca Cola «por la libreta».
Son chistes, obviamente, ligados a esa inocente y tan extendida idea de que los estadounidenses pueden resolver de un día para otro los problemas de abastecimiento en la isla. Lo que está claro es que con el bloqueo en pie no habrá McDonald´s en Cuba, y no habrá créditos para importar más productos de los Estados Unidos que no puedan ser comprados en efectivo. Tal y como eran las cosas antes del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países. Como dice Marta: el cuartico está igualito.
Todavía los ciudadanos norteamericanos no pueden viajar libremente a Cuba, así que el tan anunciado boom del turismo no tiene fecha ni concreción inmediata. Una avalancha de turistas estadounidenses sí podría influir —para bien o para mal— en las rutinas de muchos cubanos. Pero el aumento de las visitas todavía no es lo suficientemente impactante. Tiempo al tiempo.
Semanas después de la apertura de embajadas, la cotidianidad de los cubanos no ha experimentado cambios relevantes. Parece, sencillamente, otro collar para el mismo perro.
No se puede minimizar el alcance de las negociaciones por venir, ni subestimar la capacidad ejecutiva de Obama (tampoco se puede asumir que el proceso por la normalización es irreversible), pero no estaría de más reducir expectativas.
De las potencialidades y los retos de estos nuevos nexos todavía hay que escribir. Y ver para escribir.
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