Levántese el bloqueo, icen la bandera en el Malecón, y arríenla en Guantánamo. Reclamen lo que tengan que reclamar, y paguen lo que tengan que pagar.
Jorge Gómez Barata
Aunque trabajaba muchas horas, ganaba muy poco, y avanzaba por la
vida con retraso escolar, era niño cuando leí Las Aventuras del Soldado
Desconocido Cubano, escritas por Pablo de la Torriente Brau. La
recomiendo.
Casi sesenta años después recuerdo el pasaje en que Hiliodomiro
del Sol, el mulato criollo que encarnó al héroe que nunca fue ni quiso
ser y, desde su tumba en Arlington escuchaba divertido los discursos que
exaltaban a los infelices que marchaban o regresaban de la Primera
Guerra Mundial, y los exhortaban a “Pagarle la deuda a Lafayette…” un
mariscal francés al cual Hiliodomiro no recordaba deber nada.
A lo largo de mi vida, sobrecargada de actividad política, he
escuchado hablar de deudas. Curiosamente siempre somos nosotros, los
cubanos, los deudores. Incluso hemos proclamado tener deudas con la
humanidad. En cambio a nosotros nadie nos debe nada.
A propósito de deudas, quiero recordar una que Estados Unidos
tiene con Cuba. No me refiero a dinero ni a reclamos materiales por los
daños que ha ocasionado el bloqueo, de lo cual se encargarán los
gobiernos y los bancos, sino a las deudas del afecto con la Isla, con
aquellos que la habitan; más exactamente con la nación cubana.
Resulta ser que Estados Unidos, que desde hace unos trecientos
años se preocupa hasta el hartazgo por Cuba, tanto que quiso comprarla,
libró por ella su primera guerra europea, la ocupó, la puso bajo su
protección con la Enmienda Platt, y durante treinta años lamentó la
presencia soviética; nunca ha hecho nada por ella nada. Tal vez llegó
la hora de reconocer que además de con Lafayette hay otras deudas.
No quiero pecar de exagerado, cosa que en Cuba no es defecto, ni
de ingrato, que si lo es. Admito que Estados Unidos, su revolución, y
sus ideas prístinas inspiraron a los cubanos, que su cultura los
enriqueció, su tecnología los habituó a la excelencia, y su estilo de
vida al confort. Todo eso existió y existe, pero no se debe a los
gobiernos ni al empresariado norteamericano.
La idea es: ya que Cuba les interesa, les gusta, y está tan
cerca, sean consecuentes con su afecto y leales a su aspiración de
liderazgo, no de hegemonía, y sobre todo no se confundan otra vez.
Relean la Resolución Conjunta del Congreso de 1898.
La verdad es que entre 1776, fecha de la independencia americana,
y 1898, efemérides de la ocupación norteamericana de la Isla, si bien
se pudo hacer algo más, Estados Unidos no podía desconocer que se
trataba de una colonia de España. De ese período no hay mucho que
demandar.
La deuda comenzó a correr con la república. A pesar de que la
economía cubana estaba en ruinas, sus líderes muertos o dispersos, el
Ejército Libertador en harapos, y de que ellos mismos fueron ayudados y
acogidos con afecto, Estados Unidos no ideó nada parecido a un Plan
Marshall para Cuba, todo lo contrario: reclamó bases militares, impuso
restricciones a la soberanía, y concedió magros empréstitos con
intereses altos. Los mambises fueron humillados y los inversionistas
estadounidenses no vinieron a negociar, sino a disfrutar del botín.
Lo mismo que los presidentes William McKinley y Theodore
Roosevelt miraron para otro lado ante las calamidades de la isla
ocupada, Eisenhower agravió a Fidel Castro, y prefirió jugar golf a
recibirlo, cuando en abril de 1959 fue a Washington a dialogar y tratar
de cambiar la historia.
El bloqueo y bahía de Cochinos, los intentos por asesinar al
líder cubano y por acorralar a Cuba hasta dejarla sin otra opción que
aceptar la mano extendida de la Unión Soviética, son hitos de políticas
erradas, que al pasar la página, quedan atrás.
Kerry no es Marshall ni hace falta que lo sea. Basta con que
asuma el legado de Franklin D. Roosevelt y quiera ser un buen vecino, o
el de Kennedy que planteó la idea de una alianza para el progreso y unos
cuerpos de paz. La deuda a la que aludo no es monetaria, es política.
Levántese el bloqueo, icen la bandera en el Malecón, y arríenla
en Guantánamo. Reclamen lo que tengan que reclamar, y paguen lo que
tengan que pagar, sean consecuentes con las asimetrías y recuerden sus
deudas, no solo con Lafayette, sino con Hiliodomiro del Sol que yace en
Arlington. Démosle a Obama el tiempo y el beneficio de la duda. Allá
nos vemos.
Tomado de Cubasí
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