domingo, 5 de outubro de 2014

¿Cuánto tiempo más se debe esperar por la justicia?



por Ángel Rodríguez Álvarez

A 38 años del atentado terrorista que el 6 de octubre de 1976 derribó en pleno vuelo el avión cubano con 73 personas a bordo, frente a las costas de Barbados, el trágico episodio adquiere cada día más actualidad y es obligada referencia en medios internacionales.

La explicación es sencilla: los autores confesos y probados del horrible crimen, Orlando Bosch Ávila, hasta su reciente fallecimiento, y Luis Posada Carriles, no han sido sancionados, y este último sigue disfrutando de la protección del gobierno de los Estados Unidos, quien se ha valido de incontables subterfugios técnicos para impedir el castigo merecido.

Bosch fue absuelto en 1998 en amañado juicio por un tribunal venezolano, regresó a EE.UU., donde era considerado prófugo de la justicia, y luego de ser perdonado por sus viejas andanzas terroristas y autorizado a permanecer en el país por el presidente George H. Bush (padre), quedó libre y recibió cómoda residencia en Miami, hasta su muerte.

En esa ciudad se le considera un héroe por la mafia cubano-americana e iba a la televisión, donde hacía impudoroso alarde de sus asesinatos y profería amenazas de todo tipo contra el pueblo cubano, a pesar de lo cual no resultó molestado por las autoridades.

Posada, por su parte, deviene igualmente beneficiario, primero del ex presidente Bush (hijo), quien obvió su propia afirmación: de quien protege a un terrorista es tan culpable de terrorismo como este. Y en la actualidad sigue residiendo en Miami, donde es un ciudadano “ respetado ” en amplios círculos políticos.

Solo la simpatía o los compromisos, o ambos, en las altas  esferas oficiales, explica la conducta de los Bush y el actual mandatario, que ha llegado a comprometer la credibilidad de la cruzada internacional contra el terrorismo iniciada tras el derribo de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.

El peligroso terrorista, como se sabe, ingresó secretamente en territorio norteamericano en marzo de 2005, después de ser escandalosamente amnistiado por Mireya Moscoso, presidenta de Panamá,  al termino de su mandato. Sólo después de las denuncias formulada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, fue detenido y sometido a dilatado proceso administrativo como presunto inmigrante ilegal.

Durante todo este tiempo Washington no ha formulado cargos contra Posada, a pesar de que este ha ofrecido numerosos testimonios públicos de sus actividades criminales y de ser reclamado por la justicia venezolana.

Basta con leer su libro Por los Caminos del Guerrero y la entrevista concedida a la periodista Maria Luisa Bardach, publicada el 12 y 13 de julio de 1998, en la cual reconoce con absoluto cinismo, su participación en el atentado del avión de Cubana de Aviación y en las acciones contra instalaciones turísticas habaneras, donde perdió la vida el joven italiano Fabio Di Celmo.

“Como pueden ver -dijo sarcástico a la Bardach- el FBI y la CIA no me molestan, y yo soy neutral con ellos. Siempre que los puedo ayudar, lo hago.”

Con tales antecedentes, por supuesto, Posada se convirtió con su regreso a Estados Unidos, en una “papa caliente ” para Bush, lo cual obligó a una dilatada maniobra para poder liberarlo tras una fachada de legalidad.

Primero se negaron a extraditarlo a Venezuela con el insostenible pretexto de que allí sería torturado. El segundo momento fue solicitar a varios países que lo aceptaran como deportado, en la seguridad de no encontrar receptores, con lo cual quedaba la alternativa legal de juzgarlo por sus crímenes o liberarlo.

¡Crimen perfecto! De este modo la “papa se enfría”, y aquí no ha pasado nada, el mentor del criminal seguirá hablando de su cruzada antiterrorista y amenazando a diestra y siniestra a quienes en esta lucha no estén con él.

Nadie debe esperar reposo en esta batalla, pues cada día es más claro que la solución de este caso, como en de Los Cinco, pasa por las gargantas de los hombres y mujeres de todos los continentes y también por las calles y plazas de las ciudades norteamericanas.

(Tomado de la AIN)
 
Editado por Martha Ríos / RHC

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