Este 20 de octubre se conmemoran 147 años de entonado por vez primera el Himno de Bayamo, Dia de la Cultura Nacional
Autor: Fernando Martínez Heredia | internet@granma.cu
Todas las naciones se van formando de comunidades que se reconocen singulares y únicas, y tejen lentamente su madeja de palabras, comidas, costumbres, gestos, ritos, fiestas, trabajos, prejuicios, recuerdos, olvidos. Pero las hay que también necesitan gestas, epopeyas en las que un pueblo impar se ratifica y se vuelve dueño de sí mismo entre dolores y hazañas, victorias y derrotas, esfuerzos supremos y jornadas asombrosas. Este fue el caso de la formación de la nación cubana.
Hace casi siglo y medio de aquel 20 de octubre y, sin embargo, una
nación entera se sigue emocionando cada vez que lo escucha, y se imagina
al músico y poeta que supo ir a la gloria y al cadalso, escribiendo
sobre la montura, y la ciudad ardiendo. “Que Bayamo fue un sol
refulgente”, decía la Bayamesa de la Guerra. La canción que se quedó en
ocho versos que invitan a pelear, retan a la muerte necesaria y prometen
vida eterna. Es el himno de Bayamo, la marcha de la bandera, el himno
nacional de Cuba. No nació por encargo ni en un concurso, lo compuso una
y otra vez un pueblo entero que se sacrificó para tener patria.
Todas las naciones se van formando de comunidades que se reconocen singulares y únicas, y tejen lentamente su madeja de palabras, comidas, costumbres, gestos, ritos, fiestas, trabajos, prejuicios, recuerdos, olvidos. Pero las hay que también necesitan gestas, epopeyas en las que un pueblo impar se ratifica y se vuelve dueño de sí mismo entre dolores y hazañas, victorias y derrotas, esfuerzos supremos y jornadas asombrosas. Este fue el caso de la formación de la nación cubana.
Bien visto, no podía ser de otro modo. La isla más extensa del
Caribe, situada en un lugar demasiado estratégico, colonia de
comunicaciones y militar del imperio español, se había convertido en un
gigantesco emporio, exportador ingente de azúcar para Europa y Estados
Unidos, sobre la base de moler las culturas y las vidas de un millón de
esclavos traídos de África. Cuba estuvo en la punta de la tecnología
mundial, la gestión de negocios capitalista, grandes avances de las
técnicas, el confort, las letras, las artes y el pensamiento, mientras
la gran masa de trabajadores era exprimida hasta la muerte y la
condición humana de cientos de miles de personas era humillada y negada.
¿Qué identidad del pueblo de la isla podía formarse así? Ni soñar con
una identidad nacional. Y al mismo tiempo, la opresión colonial se hizo
cada vez más dura y agobiante, centrada en la exacción y el atropello.
Cuando
la América ibérica se independizó, la clase dominante criolla prefirió
apoyar a España, y durante todo el siglo XIX se aferró a su sistema
explotador, sus riquezas y su lugar social privilegiado. Se negó a ser
clase nacional, y fue antinacional cada vez que lo consideró necesario.
Carlos Manuel de Céspedes les exigió a sus compañeros ponerse de pie,
y el 10 de octubre de 1868 destrozó los imposibles. Por eso José Julián
Martí, un muchacho habanero, comenzó así su poema: “No es un sueño, es
verdad, grito de guerra… Los iniciadores destruyen imposibles; los
revolucionarios aprenden a domarlos y a trabajar con ellos. Los
mambises que sostuvieron la pelea en más de media Cuba durante diez años
tuvieron que volverse superiores a ellos mismos, no solo a sus
circunstancias. Céspedes liberó a sus esclavos la primera mañana, pero
el cálculo político, los valores heredados y el racismo les ponían
obstáculos a la justicia en el amanecer de la libertad. Martí escribió,
veinte años después: “aquella arrogante e inevitable alma de amo con que
salieron los criollos del barracón a la libertad (…) como atolondró al
espantado señorío la revolución franca e impetuosa”. La independencia y
la abolición tuvieron que fundirse y ser una, la forma de gobierno tuvo
que ser republicana y reunir la libertad personal y las libertades
ciudadanas. Para hacer realidad la hasta hacía poco impensable identidad
nacional y poder reconocerse como cubanos, todos, líderes y pueblo,
tuvieron que recorrer un camino largo y muy difícil.
La guerra revolucionaria cambió los términos de los problemas. Ella
se alimentó del sacrificio, el heroísmo y la participación de muchos
miles de personas humildes, hombres, mujeres, familias. Dar la vida,
pasar hambre y todas las escaseces, combatir, perseverar, todas las
formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas. La bandera
del triángulo rojo y la estrella solitaria se volvió sagrada, y la
marcha, el campamento, el héroe, el amado y la amada, la jornada de
sangre y de muerte, se expresaron en canciones. Próceres y pobres de
todos los colores aprendieron que la rebeldía les daba a sus luchas y
sus necesidades más sentidas probabilidades de éxito. Y todos
aprendieron a sentirse hermanos mientras compartían todas las
vicisitudes. En aquella fragua tremenda nació la identidad nacional
cubana, de contenido y objetivos populares.
Frente al final sin triunfo, la Protesta de Baraguá fue la expresión
mayor de la intransigencia revolucionaria cubana y como tal adquirió un
extraordinario valor político y simbólico, pero también hizo visible el
paso de la bandera de la revolución, desde los grandes y medianos
propietarios a gente de origen popular.
Dos opciones antirrevolucionarias confrontó el proceso nacional: el
anexionismo y el reformismo. El primero se nutrió de intereses
esclavistas y fue medio de presión, pero también motivó a algunos
activistas sinceros que veían en Estados Unidos al polo de modernidad y
democracia. Después de Yara y Baraguá, el anexionismo ya solamente
pudo ser entreguismo, incapacidad de ser cubano o traición.[1] El
reformismo viejo, conforme con ser subalterno, pedía que se le
concediera al colono ser súbdito. El nuevo reformismo autonomista quiso
suplantar al pueblo que subestimaba, pasar por representante politiquero
de Cuba ante la metrópoli y ayudar a que no hubiera otra revolución.
A ambos les cerró el paso la nueva epopeya desatada por Martí en
1895. El pueblo de la isla se fue en masa a la guerra revolucionaria, a
conquistar la independencia, forjar la nación y crear el Estado cubano, y
pasar a la vez la escuela creadora de personas libres con capacidades
originales y experiencias formadoras, los ciudadanos de la república
nueva del proyecto martiano, iniciadora de la segunda independencia
americana. Las cubanas y los cubanos se sacrificaron en una guerra
total, y el Ejército Libertador derrotó al colonialismo. Las culturas de
Cuba, contiguas o en conflicto durante el decurso colonial, que habían
adelantado mucho sus intercambios a partir de la Revolución de Yara,
ahora se fusionaron en medio de aquella prueba suprema. Se plasmó así la
cultura nacional cubana, que en sus dimensiones populares posee una
enorme carga de acumulaciones políticas.
A diferencia de países en los que lo popular guarda distancia de lo
político y disimula la exclusión o subalternidad de la gente común, en
Cuba se produjo una imbricación muy fuerte de ambas dimensiones en el
curso de la formación revolucionaria de la identidad cubana y la
constitución política e ideológica de la especificidad nacional. Las
creaciones simbólicas fundamentales de la cultura política cubana están
más cargadas de sentidos populares que de proposiciones y elaboraciones
de grupos selectos. Es así con el patriotismo nacionalista, la unión
entre justicia social y libertad, la vocación republicana democrática,
la negación de la anexión a los Estados Unidos, el antimperialismo, y
también con las ideas más contemporáneas de socialismo e
internacionalismo.
Entre 1898 y hoy la nación y la cultura cubanas han vivido una
intensa historia, jalonada por acontecimientos y procesos
trascendentales. La ocupación militar estadounidense y la implantación
del neocolonialismo, con la complicidad subalterna de la burguesía
cubana, y el triunfo y el despliegue de la revolución socialista de
liberación nacional a partir de 1959, fueron dos hitos fundamentales. En
la coyuntura del 2015, el día de la cultura nacional nos encuentra
inmersos en un nuevo episodio de la larga batalla. Estados Unidos, que
no ha abandonado en modo alguno su objetivo estratégico de destruir el
socialismo cubano y socavar nuestra soberanía nacional, emprende ahora
una “ofensiva de paz” dirigida a apoyar iniciativas, representaciones,
relaciones y valores capitalistas, y debilitar los fundamentos morales y
espirituales de la sociedad y la manera de vivir que hemos construido
entre todos.
Las respuestas a la política imperialista no pueden separarse de las
acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo, que
serán, en realidad, lo decisivo. La defensa y la exaltación de la
cultura nacional es una acción de la mayor importancia. Pongamos en el
centro al patriotismo popular y de justicia social, logremos que la
bandera nacional esté al alcance de todos y hagámosla flotar por todas
partes, por todo el país. Seamos, como Antonio Maceo, obreros de la
libertad, y que sea nuestra la consigna del poeta; “que no deben haber
dos banderas / donde basta con una: la mía”.
[1] Martí, que siempre vela por nosotros, nos ha dejado
textos que es bueno releer, como “Vindicación de Cuba” o el poema “Al
extranjero”.
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