La muerte, como consecuencia de un cáncer de pulmón, ha puesto fin a la
existencia física de uno de los grandes de las letras del continente
Autor: Madeleine Sautié | madeleine@granma.cu
Un adiós que no es verdad nos dejó ayer el escritor uruguayo Eduardo
Galeano (Montevideo, 1940). La muerte, como consecuencia de un cáncer
de pulmón, ha puesto fin a la existencia física de uno de los grandes de
las letras del continente, a los 74 años de edad.
Tras los históricos sucesos de la VII Cumbre de las Américas, donde
se alzó a una voz la palabra justa de sus pueblos, parte hacia lo
inexorable el inolvidable periodista, ensayista y narrador, dejando
enlutada a una región a la que supo tomarle con tino el pulso y desde
ese amantísimo gesto escuchar sus más profundos latidos.
Entre los intelectuales imprescindibles contemporáneos se alza
valientemente su nombre que firmó, hace más de cuatro décadas, obras de
obligada consulta en materia de justicia social y de denuncia de los
flagelos de un mundo patas arriba, como Las Venas abiertas de América Latina, escrita a finales de 1970 y con razonamientos y enfoques de raigal vigencia en nuestros días.
No olvidemos que fue esta la obra que seleccionó el eterno comandante
Hugo Chávez para ofrecerle al presidente de Estados Unidos Barack
Obama un material actualizado sobre la vieja historia del continente
americano.
Fueron su pluma y su pensamiento látigos que no cejaron en el empeño
de enjuiciar flagelos de un mundo que se le antojó “al revés”, a juzgar
por la sarta de acontecimientos irregulares que no podían ni podrán
armonizar nunca con el planeta soñado del que tan lejos se halla hoy la
humanidad.
A Galeano no se le escaparon ni los grandes héroes ni los menos
conocidos —héroes también a los que llamó los nadie—. Por sus libros
desfilan en igualdad de condiciones los pueblos originarios con sus
protagonistas individuales y colectivos; los niños que han perdido su
inocencia en plena edad infantil a causa de gobiernos inescrupulosos y
parricidas; los explotados que solo poseen la esperanza; las mujeres
marginadas; los pobres ricos y los ricos pobres, los perdedores de la
historia… y junto con ellos apuntó firme hacia males sociales como la
violencia, la incomunicación, el terror, el miedo, el consumismo, la
carrera armamentista, la impunidad, el delito, el narcotráfico, el
hambre y la guerra.
Merecedor en varias ocasiones del Premio Casa de las Américas, los
cubanos lo tuvimos entre nosotros en enero del 2012 para inaugurar en la
institución el prestigioso concurso. Allí lo escuchamos decir que fue
precisamente ese recinto la Casa que más nos ha ayudado a descubrir
América y las muchas Américas del continente, y calificó en esa ocasión
a la Revolución Cubana como un ejemplo de dignidad nacional.
Fue propicia esa oportunidad para verlo en la sala Che Guevara presentar su libro Espejos, una historia casi universal,
un texto que recoge en unas 400 páginas, y con ese asombroso poder de
síntesis que caracterizan sus escritos, la historia de la civilización
desde sus orígenes hasta nuestros días.
¿Quién que lo haya conocido personalmente o escuchado su palabra
vehemente y directa, podrá olvidarlo? ¿Quién que se acerque a uno de
sus textos se atreverá a negar la complicidad que se produce entre su
mensaje y el lector? ¿Quién se asomará a sus anécdotas, cuentos,
juicios… y conseguirá acallar el acto de justicia a que nos convoca?
A Galeano volveremos una y otra vez, buscando en el revoltijo de la
belleza artística y la palabra precisa las verdades insólitas pero
omnipresentes que pueden verse en el mundo hostil de hoy con solo
asomarnos a la ventana.
Las respuestas que escribió a tantos desaciertos políticos y sociales
han salido de sus páginas y desandan nuestra América tomadas de las
manos para que nadie las pueda ignorar. Un tiempo eterno aguarda a este
latinoamericano esencial que supo contarnos de nosotros mismos lo que
no sabíamos y escribiendo abrazos nos dejó su obra que es, con mucho, su
sobrevida.
Tomado de Granma
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