sábado, 1 de março de 2014

EL BOTIN UCRANIANO



 Tratado de Brest-Litovsk
Jorge Gómez Barata

Ninguno de los territorios que integraron la desaparecida Unión Soviética fue de tan difícil asimilación como Ucrania cuya población, un mosaico de rusos y otros pueblos eslavos y balcánicos, germanos, polacos, austriacos, húngaros y judíos y demás que por su milenaria historia, desarrollaron sentimientos de pertenencia, así como sólidos intereses nacionales. El más reciente tramo de esa andadura comenzó con el triunfo de los Bolcheviques en Rusia.

Entre otros, el programa de la Revolución Bolchevique contenía el compromiso de poner fin a la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, lo cual implicó una difícil negociación con Alemania, y los imperios otomano y austro-húngaro que plantearon desmesuradas exigencias territoriales, entre las cuales estuvo el reconocimiento de la República de Ucrania surgida en 1917 con amparo alemán. Después de intensas discusiones, las duras condiciones se impusieron y la paz de Brest-Litovsk fue firmada el 3 de marzo de 1918.

Aquella abusiva imposición típicamente imperialista fue de corta duración al ser anulada por el Tratado de Versalles que puso fin a la primera Guerra Mundial y que, con grandes arbitrariedades y despojos en forma de “reparaciones”, ajustes territoriales típicamente imperialistas, propició el retorno al status quo anterior a la guerra.

Simultáneamente en Rusia tenía lugar el establecimiento del poder bolchevique, realizado mediante el reconocimiento de la Constitución de 1918 y los acuerdos de sucesivos congresos de soviets, que a partir del segundo, en noviembre de 1917, extendió la revolución sobre “todas las Rusias”, es decir todos los territorios del antiguo Imperio, excluyendo a Polonia y Finlandia e incluyendo a los territorios históricamente ucranianos que fueron considerados parte de aquel conglomerado. En 1922 Ucrania estuvo entre las repúblicas que fundaron la Unión Soviética.

En el difícil proceso político y administrativo desplegado para convertir el imperio de los zares, en un estado obrero y campesino que concluyó cuando ya Lenin había muerto, fue conducido por Stalin, inevitablemente quedaron reservas y problemas nunca resueltos ni reconocidos por las sucesivas administraciones soviéticas. Ese fue uno de los factores que influyeron en que setenta años después, debido a una especie de “implosión social” la Unión Soviética se disolviera y diera lugar a la formación de 15 estados independientes, entre ellos Ucrania.
 


A pesar de su enorme extensión (22 000 000 km²), la geografía soviética no era propicia para el desempeño de una superpotencia mundial. La mayor parte del territorio de la URSS se encontraba sobre el paralelo 50 y el grueso de sus costas miraban al Ártico o al Pacifico en latitudes muy altas.

En tan desventajoso escenario geopolítico, Ucrania con fronteras con: Rusia, Bielorrusia, Rumania, Moldavia, Hungría, Eslovaquia y Polonia, aportaba alrededor de 2 000 kilómetros de costas sobre el mar Negro y el acceso al mar de Azov, formidables puertos y bases navales, salida hacia los mares Mediterráneo, Rojo y Egeo y el océano Atlántico y comunicación marítima a los Balcanes, Turquía, Europa y Medio Oriente.

Desparecida la Unión Soviética, las peculiaridades geopolíticas descritas siguen vigentes para Rusia solo que ahora operan a la inversa. La caída de Ucrania y la posibilidad de que sus nuevas autoridades pacten con la OTAN, lo cual parece un hecho, expone no sólo un flanco sino el corazón de Rusia; permite el acceso de occidente a antiguos aliados e importantes espacios ex soviéticos.

Remontando el Dniéper, los turistas navegan desde el mar negro hasta las inmediaciones de Moscú; también pueden hacerlo otros buques, incluso artillados. Ojalá nunca lo veamos. Allá nos vemos.  

La Habana, 01 de marzo de 2014
 
Tomado de Moncada

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